Este post corre el riesgo de resultar antipático y sin embargo no debería, sobre todo si se lo entiende como referencia a otra modalidad de selección y/o apreciación cinematográfica. En definitiva, así como alguna vez elaboramos un ranking de títulos favoritos o les rendimos homenaje a aquellos primeros films que nos inocularon el virus de la cinefilia, la mayoría de los espectadores también nos tomamos el trabajo de pergeñar nuestra pequeña «lista negra» de largometrajes que por una u otra razón nos disgustaron, nos decepcionaron, nos aburrieron, nos indignaron pero que -lejos de socavar nuestro amor por el Séptimo Arte- lo renuevan y fortalecen.
De hecho, las películas que nos resultan «indigestas» pueden funcionar como una suerte de contrapunto muy útil a la hora de seguir puliendo nuestros criterios, preferencias e intereses estéticos, temáticos, narrativos, y a la hora de constatar lo que muchos se empeñan en negar: la condición subjetiva, parcial, a veces limitada de nuestra mirada y de nuestras opiniones.
Justamente por esa condición, lo que algunos consideran malo, aburrido, repugnante, tonto, indignante; otros pueden entenderlo como bueno, entretenido, inteligente, conmovedor, enriquecedor, inspirador, edificante.
Aclarados los tantos, me permito compartir con ustedes una discreta selección personal -¡personalísima!- de títulos intolerables. A tomarla con pinzas.
Industria (¿?) nacional
* Las boludas: cuando la película de Víctor Dínenzon se estrenó en 1993, su co-guionista Dalmiro Sáenz gozaba de cierta fama como «escritor maldito» o «intelectual provocador». De ahí que algunos cándidos hayamos apostado a una propuesta pretendidamente transgesora pero en definitiva chata y vulgar.
* Lugares comunes: el único mérito del anteúltimo film del reconocido Adolfo Aristarain es haber sido consecuente con su título. La indigestión fue tal que nunca me atreví a ver el trabajo posterior y más reciente, Roma.
* 18-J: «el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones». El dicho popular se cumple al pie de la letra en este fallido homenaje coral a las víctimas del atentado a la AMIA. Cuántos directores desaprovechados.
* Imposible: este proyecto también involucró a Alan Pauls, esta vez de la mano de su hermano Cristian. Jamás olvidaré los errores de continuidad que hacían que el personaje interpretado por Damián de Santo alternara un parche sobre la ceja… a veces izquierda; a veces derecha.
* Hunabkú: película cuyo estreno local está previsto para el jueves próximo, 29/11. Tuve oportunidad de verla en el Festival de Biarritz, y el breve anticipo publicado oportunamente desató una ríspida discusión con el productor -y hermano del director- Mike César.
Made in Hollywood
* Diabolique: esta remake filmada en 1996 y basada en un célebre thriller policial francés de los años ’50 debería promocionarse como comedia. De hecho, las actuaciones de Sharon Stone y de Isabelle Adjani parecen inspiradas en las creaciones de nuestro Antonio Gasalla. Nada más alejado de las inolvidables composiciones de Simone Signoret y Véra Clouzot.
* Titanic: perdón fanáticos. Este tanque hollywoodense es uno de los más indigestos en su género. Lo que hicieron con Kate Winslet casi-casi roza lo imperdonable, y algunos todavía no se reponen de los agudos de Céline Dion.
* ¿Conoces a Joe Black?: está todo dicho acá.
* La aldea: cuestionar el trabajo de Manoj Night Shyamalan equivale a ganarse el odio de la mitad más uno. No tengo nada en contra de este niño mimado de Hollywood, pero lo cierto es que esta fábula social protagonizada por Bryce Dallas Howard y Joaquim Phoenix me resultó obvia, previsible, exasperante.
* Hitch: comedia que no sabe de sutilezas. Al contrario, absolutamente todo tiene que ser explicado, repetido, exagerado. Es una lástima: se nota que Will Smith y Kevin James le pusieron paciencia y ganas.
* Criminales: una falta de respeto a Nueve reinas de Fabián Bielinsky.
De más allá
* Crash: por favor, a no confundir con la película homónima filmada por Paul Haggis (que, dicho sea de paso, tampoco me gustó). Aquí estamos hablando de David Cronemberg, y de otra pretensión de transgresión (más elaborada que la mencionada Las boludas) pero igualmente inconsistente.
* La vida es bella: confieso que, después de haber visto este remedo de El tren de la vida, detesté al a veces sobrevalorado Roberto Benigni. Y el tiempo pasa; y el resentimiento se mantiene igual.
* Luces rojas: el trabajo de Cédric Kahan retoma una novela de Georges Simenon y cuenta con las actuaciones de los magníficos Jean-Pierre Darroussin y Carole Bouquet. Pero no hay caso: nada puede hacerse contra un relato por momentos inverosímil, por momentos desafectado, por momentos errático.
* Takeshis: admiradora de Takeshi Kitano como soy, me costó enormemente terminar de ver este desvarío onírico-ególatra del talentoso cineasta japonés.
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