Si Ser digno de ser durara una hora menos, si su guionista y director Radu Mihaileanu se hubiera concentrado en la primera parte del relato, otro habría sido el cantar de este film. Un cantar más auténtico y menos trillado. Más llano y menos aleccionador. Más contundente y menos edulcorado. Más polémico (léase «interesante») y menos condescendiente (léase «aburrido»).
Decididamente la coproducción franco-belga-ítalo-israelí se extiende demasiado. De hecho, a medida que avanza, va perdiendo la fuerza inicial hasta convertirse en un folletín lacrimógeno y forzadamente circular.
Por momentos, uno tiene la sensación de que el realizador rumano está muy preocupado por abarcarlo todo: la crónica documental (que narra el éxodo de los etíopes judíos a Israel), la historia de vida (que cuenta los avatares de Schlomo), el llamado a la reflexión (sobre la condición humana, sobre la identidad religiosa, sobre los actos de discriminación).
De ser así, la pretensión de Mihaileanu termina siendo su condena. Porque esa voluntad de enseñar, conmover y concientizar empaña cualquier atisbo de creatividad espontánea, e impone un arte más bien manipulador, especulador, limitado por el «mensaje» que desea transmitir.
Ya desde su título original –Va, vis et deviens (Ve, vive y deviene)- el largomentraje busca explotar una veta mística, casi bíblica, muy útil a la hora de revelar verdades, sacudir corazones y agitar mentes. Lamentablemente en ningún momento logra siquiera parecerse a la gran fábula por excelencia.
Por eso, insisto… A Ser digno de ser más le hubiera valido durar menos, y concentrarse en una parte del relato: la niñez del protagonista, o en última instancia la migración etíope-israelí. Sin dudas, otro habría sido el cantar de este bien intencionado pero malogrado film.