Tal vez interesada en la cantidad de público que suelen convocar las pre/secuelas de films taquilleros, Alfaguara presenta el último libro de José Saramago como apéndice del genial Evangelio según Jesucristo : si en ese texto de 1991 el escritor portugués «dio su visión del Nuevo Testamento, en Caín regresa a los primeros libros de la Biblia», sostiene la solapa de la encuadernación amarilla. Así como Hollywood, la editorial promete la continuidad de un éxito que ni el mismísimo autor puede replicar.
Esta segunda ucronía teológica desencanta no sólo por el notable contraste con un antecedente insuperable, sino porque da cuenta de un Saramago menos riguroso y más caprichoso, menos sutil y más burdo, menos insidioso y más buscapleitos, menos ateo y más hereje. Aún así, es decir, aún cuando parece haberse convertido en su propia caricatura, quien obtuviera el Premio Nobel de Literatura en 1998 conquista a partir de su prosa siempre aceitada, rica, originalmente puntuada.
Bendita sea su fiel traductora -y, dicho sea de paso, esposa- Pilar del Río.
Hecha la (justa y necesaria) reivindicación, cabe agregar que Caín le roba a la industria hollywoodense algo más que el marketing de continuidad. A saber: la posibilidad de volver al futuro (el mítico hermano de Abel viaja en el tiempo e interviene en los distintos presentes/episodios bíblicos), la estereotipación del mal (en El evangelio… Dios se comporta como un político ambicioso; aquí como un villano perverso, hecho y derecho), el despliegue de boutades y guiños bastante obvios, la infaltable moraleja del final.
Además de denostar al Señor judeocristiano y a las religiones en general, Saramago blande su pluma contra -más que los judíos- los israelitas. Evidentemente el retrato que hace del «pueblo elegido» refleja su visión del conflicto de Medio Oriente, siempre a favor de los palestinos.
Retomando el paralelismo cinematográfico, da la sensación de que -un poco como don Woody o don Pedro– don José también se siente libre de ejercer su oficio con total desparpajo, conciente de que no le queda mucho por probar/demostrar. Los admiradores incondicionales disculparán (algunos quizás festejarán) este desprendimiento de chancleta.
Los seguidores menos complacientes nos refugiamos en el recuerdo de éste, éste y por supuesto este otro libro. Sólo así evitamos refunfuñar.