Cuando Adrian Helmsley lo felicita por ser el autor del libro Atlantis, Jackson Curtis responde que los críticos lo demolieron por considerarlo optimista e ingenuo, y enseguida agrega con amarga ironía «después de todo, qué saben ellos». Quizás ésta sea la astucia más grande de Roland Emmerich, director y co-guionista de la recién estrenada 2012: poner en boca del protagonista un descargo anticipado por si al periodismo especializado se le ocurre descalificar su nueva película (el viejo truco de golpear antes de ser golpeado).
Por lo demás, las astucias escasean en esta otra película sobre el inminente fin de la Humanidad. A menos que consideremos una jugada maestra la decisión, en honor a la administración Obama, de convocar a tres actores de raza negra (Chiwetel Ejiofor, Danny Glover y Thandie Newton) para que encarnen a tres personajes igual de sensibles, comprometidos y sacrificados: un científico de alto rango, el Presidente de los Estados Unidos y su hija.
A menos que veamos en el divorciado Curtis un homenaje al Ray Ferrier que Tom Cruise compuso para la última adaptación de La guerra de los mundos. Por lo pronto, ambos personajes se presentan como improvisados, desorganizados y terminan revelándose como amantísimos padres protectores, además de aguerridos y osados.
A menos que la idea de reeditar la epopeya de Noé desde el futurismo trágico pretenda compensar el bochorno ocasionado por la adaptación cómica, también made in Hollywood. Nobleza obliga, los efectos especiales de 2012 impactan mucho más que los desplegados en El regreso del Todopoderoso.
Jackson Curtis le queda chico al John Cusack que la mayoría disfrutamos en ¿Quieres ser John Malkovich?, Alta Fidelidad, incluso en Must love dogs y Digan lo que quieran. Algo similar ocurre con el Thomas Wilson (vaya apellido presidencial) que le tocó en suerte a Glover, de la Laura Wilson a cargo de Newton, del Charlie Frost híper exagerado por Woody Harrelson.
En todo caso, Oliver Platt se llevará las palmas por interpretar -por milésima vez- a un tipo egoísta, ambicioso e inescrupuloso aunque nunca malvado del todo. Curiosamente sus personajes son demasiado cobardes como para alcanzar el status de villano despiadado.
Asumiendo la existencia de un género apocalíptico, 2012 es fiel a las reglas que exige la industria del entretenimiento. A saber: abundancia de FX, constitución de un héroe a partir de la figura de ciudadano raso, retrato de las fuerzas políticas y militares como agentes de salvación organizada, reivindicación de la solidaridad, apuesta a la reconciliación entre religiones y nacionalidades, final feliz que garantiza nuestra supervivencia.
Además de optimista e ingenua, la película de Emmerich es pretenciosa, previsible, excesivamente larga. Por éstos y otros motivos, algunos espectadores flaqueamos ante la tentación de demolerla… pero finalmente no lo hacemos. Después de todo, ¿qué sabemos?
Deja un comentario