Lejos de ponerle punto final a la historia en cuestión, la escena final de Sin lugar para los débiles (prefiero el título original, No country for old men) nos invita a formular preguntas, a barajar hipótesis y a imaginar desenlaces alternativos. De ahí que, aún después de abandonar la sala, sigamos pensando en el sheriff Bell, en el psicópata Anton Chigurh, en el casi heróico Llewelyn Moss, en esa valija repleta de dólares y causante de una tragedia serial.
Probablemente la cualidad más contundente de la película de Ethan y Joel Coen sea esta capacidad para perpetrarse en la cabeza de los espectadores durante horas, quizás días, a lo mejor años. De hecho, la responsabilidad de semejante logro no es exclusivo de los hermanos tardíamente reconocidos por la Academia de Hollywood. El autor de la novela original –Cormac McCarthy– y todos los actores sin excepción también son padres igualmente legítimos y meritorios de la criatura.
Sin lugar para los débiles comparte con Petróleo sangriento el tino de aprovechar el relato central para deslizar un retrato social. En este caso, el fresco se circunscribe al sur de los Estados Unidos, región desértica, marginal, brutal, fronteriza en más de un sentido; tierra de inmigrantes ilegales, de veteranos de la guerra de Vietnam, de narcotraficantes bilingües y de ciudadanos cándidos abandonados a la buena de Dios.
Ésta es también una película que sabe evitar la verborragia habitual en Hollywood, y cuya caracterización de la violencia excede los fines estrictamente adrenalíticos o de entretenimiento. Por lo tanto, lo que se dice y se muestra de manera explícita es apenas la punta de un iceberg igual de cautivante pero, para muchos, todavía más interesante.
Con Anton Chigurh, Javier Bardem termina de consagrarse como actor versátil, enérgico, siempre comprometido con sus personajes, ahora de trascendencia internacional. Además de talentoso, el español tiene el «physique du rol» ideal para convertirse en esta suerte de Terminator 100% humano, por lo visto incapaz de sentir miedo, piedad, remordimiento, siquiera dolor.
Josh Brolin, Woody Harrelson y Tommy Lee Jones también se destacan en sus roles. Por momentos, éste último parece inspirado en el trabajo de Frances McDormand cuando compuso a la parsimoniosa Marge Gunderson para Fargo, el otro gran título de los hermanos cineastas.
Cuando Llewelyn (Josh Brolin) le explica a su esposa (Kelly Macdonald) porqué decidió enviarla a vivir con su madre, le dice algo así como «tengo miedo de lo que deberás soportar si te quedas». La mujer le contesta «no olvides que trabajo en Wal-Mart; puedo soportarlo todo».
Así es… Por si le faltara alguna otra virtud, Sin lugar para los débiles despliega además un particular sentido del humor. Seguramente eso también sigue dando vueltas en las cabecitas cinéfilas, aún después de abandonar la sala.