Por Jorge Gómez
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Mi nombre es Jorge Gómez, tengo 55 años y me preocupan las cuestiones políticas desde la adolescencia. En los años ’70 milité orgánicamente en el trotskismo. Aunque luego me alejé, mantuve mi compromiso con los temas sociales, y sobre todo traté de desarrollar un pensamiento crítico y rebelde sobre las relaciones de poder en estos tiempos actuales de ideologías tan descafeinadas.
Presentado así, quiero compartir mi mirada sobre la manifestación de apoyo a la Ley de Medios que tuvo lugar el viernes en la Plaza del Congreso. Ese día los oyentes de las radios Nacional y Cooperativa fueron autoconvocándose a favor de la iniciativa, y a mí me pareció que debía estar allí.
Como quedó claro en este, este y este post, me parece que se trata de una ley necesaria. También me interesaba conocer la capacidad de movilización de quienes no cuentan con el apoyo de los grandes medios de comunicación.
Por otra parte, he asistido a cientos de actos y marchas, desde la época en que la policía corría a los manifestantes en lugar de cortar el tránsito. Ésta era una buena ocasión para renovar mi antiguo romance con el pueblo movilizado.
Alrededor de las 18 la mencionada Plaza estaba repleta, con mucha gente independiente de las estructuras partidarias, varias columnas de la CGT y la CTA, representantes de algunos municipios bonaerenses, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, agrupaciones de pueblos originarios, evangelistas kirchneristas, la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat y muchos grupos pequeños con o sin identificación (dos señoras mantenían en alto una pancarta que decía “Carta Abierta – Venado Tuerto”) que en su mayoría compartían un folklore peronista de bombos y batucada y una gran alegría por la ley que estaba gestándose en la Cámara de Senadores.
Todo era conmovedor. Me parecía bien la ley, me gustaba ver el pueblo movilizado, me emocionaba una pareja de ancianos aplaudiendo una columna de pueblos originarios, o los oyentes de Radio Nacional que se habían citado frente a la confitería El Molino y andaban a los abrazos. Se me saltaban las lágrimas ante este ejercicio de libertad y compromiso.
De pronto me encara una señora de unos 70 años, vestida con saquito verde:
– ¿Aquí es donde pagan para tocar el bombo?
– …
– ¿No lo sabe? A éstos les pagan por venir a tocar el bombo hasta aquí.
No le contesté nada, la dejé ir y la perdí de vista. Me quedé pensando en esa incapacidad de la señora (“una vieja de mierda” diría un maleducado peronista, pero yo no lo soy) para aceptar miradas distintas a la suya, y en esa idea terrible –tan de moda– de que todo lo kirchnerista está rentado.
El incidente me malhumoró y decidí irme, conforme con haber comprobado que pudo armarse un acto a favor de la ley sin demasiado apoyo oficial y que, si bien me topé con grupos movilizados por aparatos sin demasiado debate político, también había mucha gente que llegaba sola, así como estructuras de militantes que apoyaban la ley de manera genuina.
A la mañana siguiente me di cuenta de que la anécdota aquí relatada había sido un anticipo de lo que vendría después, cuando los grandes medios nacionales enfrentados al Gobierno redujeron este acto de miles de personas a una marcha organizada por D’Elía o por intendentes K del conurbano.
Nada más. Sólo pequeñas menciones negativas.
Es muy posible que, a partir de este fenómeno mediático, tengamos una mirada más piadosa sobre nuestra provocadora de saquito verde, tal vez una inocente consumidora de las estúpidas consignas que tanto difundieron (y siguen difundiendo) nuestros canales de noticias.
También es bueno saber que -como cualquier otro hecho- una concentración puede ser presentada de maneras múltiples, según los intereses y la ideología de quienes tengan el poder de comunicar. Sin dudas, la constatación reafirma la pertinencia del debate sobre el relato mediático, ese campo de batalla.
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