Desde el comienzo, es decir, desde que asistimos a los títulos de apertura y escuchamos la canción «Ora la bola» interpretada por el grupo Cualquiera…, Leonera atrapa, conmueve, e invita a la reflexión. De esta manera tan directa y contundente, la nueva película de Pablo Trapero no sólo nos libera del desencanto que algunos espectadores sentimos cuando vimos su antecesora; también se convierte en referente indiscutible de un cine argentino comprometido, coherente, potente, demoledor.
En general, cuando pretenden contar alguna historia ambientada en una cárcel de mujeres, el cine y la TV suelen distorsionar los aspectos más complejos del encierro (el abuso de poder, la violencia, la promiscuidad, la homosexualidad) y de esta manera satisfacer a un público ávido de escenas sórdidas, truculentas, eróticas, obscenas. Aunque con un toque de corrección política y de estética HBO, la serie Capadocia es un ejemplo ilustrativo en este sentido. El film nacional y post-dictadura Atrapadas es otro, quizás más flagrante.
Probablemente por eso, una de las muchas virtudes de Leonera tiene que ver con la ausencia de golpes bajos y de estereotipos ligados a un imaginario colectivo que el negocio del espectáculo se encargó bien de explotar. Esto no significa que el guión escrito por Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre y el propio Trapero proponga un retrato edulcorado o sin anclaje en la realidad. Al contrario, en este punto cabe señalar que el largometraje fue rodado en cárceles de verdad, y que contó con la participación de ex convictas y de personal del Servicio Penitenciario en actividad*.
Al mismo tiempo, al margen de esta ambientación in situ, el film nunca abandona su condición ficcional. Dicho de otro modo, en ningún momento pretende elaborar un documental sobre mujeres presas que comparten el cautiverio con sus niñitos. Aquí lo que interesa es lo que le sucede a una joven embarazada de clase media, cuya vida cambia radicalmente después de verse envuelta en un crimen que la condena a una prolongada reclusión.
La otra gran virtud de esta película es justamente el trabajo actoral de Martina Gusmán, responsable de componer a una Julia primero aturdida, desubicada, anestesiada, luego lúcida, aguerrida, combativa. La acompañan la desconocida Laura García (impecable en el rol de Marta), la muy convincente Elli Medeiros, y el internacional Rodrigo Santoro (algunos lo recordarán por su participación en 300 y en Realmente amor) cuya intervención podría haber sido obviada.
Más allá de sus cualidades narrativas, interpretativas y técnicas, esta producción también vale como aproximación a un (sub)mundo que la mayoría de los espectadores ignoramos, y como ensayo capaz de desestabilizar los a priori que podemos tener respecto de quienes cometen un delito, de quienes caen presos, de quienes conviven en un pabellón (en este caso reclusas, niños y guardiacárceles), de las leyes que rigen el funcionamiento del sistema penitenciario (excusa ideal para re-leer a Michel Foucault).
Como La rabia, Leonera atrapa a partir de un lenguaje cinematográfico en su estado más puro o, dicho un modo menos principista, más despojado de circunloquios costumbristas e intelectualoides. No es casual que Carri y Trapero elijan trabajar juntos. Tampoco es casual que ambos coincidan en inaugurar una etapa energizante y prometedora para el tantas veces promocionado «nuevo cine argentino».
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* Los interesados en conocer los entretelones de esta filmación encontrarán aquí una muy interesante entrevista que Trapero le concedió a Página/12.
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