Pornografía y erotismo. Sexo y amor. Provocación y transgresión. Crudeza y exhibicionismo. Lectura e interpretación. Si Shortbus se destaca por algo, es justamente por el hecho de reunir a estas parejas conceptuales y de jugar con los límites entre las palabras que las componen. De ahí que, si dejamos la pacatería de lado, el largometraje escrito y dirigido por John Cameron Mitchell puede resultarnos interesante.
Propuestas como ésta no sólo reflejan las inquietudes/intenciones de sus hacedores; a veces también ayudan a desenmascarar cierto perfil de crítico y espectador. Por lo pronto, las opiniones de quienes consideran que el trabajo del guionista y director texano pertence al subestimado género XXX se basan menos en argumentos cinematográficos que en juicios y prejuicios estrictamente personales.
Es cierto; el gran gancho de Shortbus tiene que ver con la exhibición de escenas «hot» explícitas y –según dicen– no fingidas. Sin embargo, Mitchell presenta algo más que una película condicionada. Aquí el frenesí sexual es síntoma o manifestación de un malestar relacionado con el amor, la soledad, el vínculo complejo, neurótico entre habitantes de una ciudad a veces tan desoladora como Nueva York. Si lo sabrán las fanáticas de Sex and the city…
Con un estilo similar a la igualmente polémica Tarnation, esta producción también es «de época». Atención: de época actual. De hecho, Jonathan Caouette y Mitchell retratan a una sociedad que confunde los límites entre público y privado, entre ficción y realidad, y que por lo tanto admite -cuando no promueve- la espectacularización de la vida íntima de las personas.
En este sentido, Shortbus ofrece un importante costado testimonial. Quizás eso es lo que verdaderamente les molesta a quienes se rasgan las vestiduras ante el «escándalo» sexual, y pretenden no ver nada más allá.
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