Tarnation es una película de época. Atención: de época actual. Por un lado, representa a una sociedad que reconoce cada vez menos los límites entre lo público y lo privado, entre ficción y realidad. Por el otro, confirma la existencia de una tendencia que desnuda, exhibe, espectaculariza la vida íntima de las personas.
Hecha la constatación, uno se pregunta por enésima vez hasta qué punto se puede/debe filmar la miseria humana y, en cualquier caso, cómo filmarla, cuáles son las consideraciones éticas a tener en cuenta. Será por eso que, desde este enfoque, la ópera prima de Jonathan Caouette suscita un gran dilema: ¿estaremos ante un acto de arrojo, o ante una estrategia oportunista?
A ver si logro explicarme mejor…
Mezcla de documental y videoclip, éste es un relato autobiográfico construido a partir del montaje de fotos personales y videos hogareños. Así, el director texano nos presenta su siniestra historia familiar, que incluye adopciones frustradas, maltrato infantil, violencia sexual, consumo de drogas, arrebatos suicidas, conductas esquizofrénicas, tratamientos de electroshock, hospitalizaciones forzadas, entre otras delicias.
Gracias a un efectivo trabajo de edición y musicalización, la crónica impacta sin escandalizar y conmueve sin exagerar. No obstante, tanta exposición despierta algo de suspicacia.
Es como si, al menos por momentos*, el film no respondiera únicamente a la necesidad de catarsis esgrimida por Caouette. Como si hubiera una segunda intención (quizás menos noble) de explotar el voyeurismo de los espectadores, y así sacar rédito del consecuente regodeo.
De todos modos, en tanto demostración de coraje o en tanto provocación calculada, Tarnation mantiene su condición de «propuesta interesante». En primer lugar, desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, por el tratamiento original que hace del género autobiográfico. En segundo lugar, porque nos obliga a reflexionar sobre las terribles implicancias de vivir en un mundo cada vez más parecido a un despiadado reality show.
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* Pienso fundamentalmente en dos escenas: la que muestra a la abuela de Jonathan, sin dientes, minúsválida, intentando acomodarse una peluca de utilería, y la que muestra a la madre enferma hablando y riendo sin sentido con una calabaza entre las manos.