Apenas advirtieron mi intención de escribir sobre Ugly Betty -adaptación norteamericana de la exitosa telenovela colombiana Yo soy Betty, la fea-, un ángel y un demonio pretendieron apropiarse de mi sano (¿?) juicio y del teclado de mi computadora. Antes de seguir resistiendo los embates sin cuartel de uno y otro, decidí escudarme en la vieja expresión «quedar bien con Dios y con el Diablo» y opté por publicar las dos opiniones, dos.
La aprobación de la aureola
Sin dudas, Ugly Betty comparte con Betty, la fea (la TV argentina acortó el título original) la intención de desafiar los cánones de belleza asignados a las heroínas de la pantalla chica. Pero atención. Aquí el desafío es doble, pues existe un estereotipo suplementario por derribar: aquél que reivindica a la mujer WASP por encima de la latinoamericana.
Dicho de otro modo, esta remake presenta a una Betty que -además de torpe y poco agraciada- pertenece a una minoría cuyos miembros son en general menospreciados, cuando no deportados. La protagonista tiene entonces la importante misión de sostener y difundir un mensaje de tolerancia, integración, convivencia, lo cual es bastante loable en el contexto televisivo actual.
Por otra parte, Ugly Betty también coincide con su antecesora en renovar un mito universal, el de la Cenicienta. Indiscutiblemente, con más o menos cambios, la historia de la huerfanita desprotegida, maltratada y luego convertida en princesa amada, sigue prendiendo en el inconsciente colectivo.
Al margen de posibles interpretaciones culturales, la nueva serie emitida por Sony es ágil, entretenida, y cuenta con actuaciones por lo menos digeribles. Por un lado, a América Ferrera el papel le sienta bien y, por el otro, resulta divertido reencontrarse con Eric Mabius después de que los creadores de The L word le adjudicaran un personaje tan secundario como antipático.
La condena del tridente
El mundo a veces gira al revés; a las pruebas me remito.
N° 1. En contra de la tendencia que hace que la caja boba de los países «emergentes» -lindo eufemismo- importe ideas made in USA (recuerden las versiones argentinas de Amas de casa desesperadas y Hechizada), los norteamericanos deciden «hacer suyo» una culebrón/comedia colombiano/a.
N° 2. La mexicana Salma Hayek recorre el camino inverso de la fama. De hecho descuida su paso por la alfombra roja actoral (y pensar que en su país alguna vez trabajó con directores como Jorge Fons y Arturo Ripstein) para recluirse detrás de cámaras y ejercer como productora cinematográfica y ahora –Ugly Betty mediante- televisiva.
N° 3. Fiel a la versión original, esta remake pretende cuestionar los parámetros de belleza que rigen nuestra sociedad, y sin embargo no hace más que explotar su contracara: una fealdad igualmente estereotipada (de hecho, la protagonista usa anteojos y aparatos en los dientes, es bajita y rellenita, tiene tez trigueña y cabellos negros). Lo peor de todo es que, si Ugly Betty respeta al pie de la letra la historia de Betty, la fea, entonces nuestra heroína terminará convirtiéndose en una persona atractiva: sin anteojos, sin frenillos, estilizada y -a lo mejor, quién sabe- hasta «aclarada». Happy end!
Tanto esfuerzo por intentar transmitir innovación, compromiso y rebeldía, y lamentablemente éste es un producto convencional, desafectado y políticamente correcto. En síntesis, un verdadero bleff.
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