El viernes 15 de enero cayó una bomba en mi casa o, mejor dicho, en el seno de mi familia. El estallido no provocó daños materiales pero sí hizo añicos nuestra rutina. La onda expansiva nos expulsó de nuestra zona de confort y nos arrojó a orillas del río fronterizo con los pagos de La Muerte.
Nos llevó tres semanas alejarnos de una Parca atenta a nuestros esfuerzos por recuperarnos de las escoriaciones y del aturdimiento. Aunque dejamos de verla, todavía la sentimos cerca, escrutándonos.
Me gusta pensar que el acto de escribir la mantiene a raya. Imagino que el sonido de los dedos repiqueteando sobre el teclado le recuerda la derrota que experimenta ante cada autor de textos imperecederos, ésos que relativizan la finitud de nuestra condición humana.
Con esta ilusión en mente, retomo de a poquito la actividad blogger. Ojalá los lectores de Espectadores se habitúen a un ritmo de actualización muchísimo más pausado que aquél impuesto por el cronograma habitual.
Desde ya, gracias por la paciencia.
Deja un comentario