Las ciudades invisibles

Las ciudades invisiblesDe Las ciudades invisibles nunca voy a olvidar el impacto que me causó su ilustración de tapa. Se trataba de una edificación monolítica, imponente, que me hizo pensar en Babel, en aquel emprendimiento que -seamos francos- el mismísimo Dios nos envidió. Esta vez, la primera impresión fue acertada; de hecho el libro de Italo Calvino le rinde honores a la inventiva del ser humano para imaginar, medir, proyectar, diseñar, construir, urbanizar. 

Es más, Las ciudades invisibles se parece a una obra arquitectónica. Por lo pronto, cuenta con un marco (la alusión al relato fantástico que Marco Polo le hiciera al conquistador mongol Kublai Jan) y con vigas fundamentales (los nueve capítulos).

Pero atención: no estamos ante un andamiaje fijo, inamovible, sino ante un modelo para armar. Invitación tentadora para cualquier lector dispuesto a participar en el ejercicio narrativo. 

En otras palabras, el escritor ítalo-cubano nos permite entrar y salir a nuestro antojo de las cincuenta ciudades propuestas. Podemos guiarnos por la diagramación del libro, por los distintos ejes temáticos de su contenido, incluso por los cambios de tipografía.

Al mismo tiempo el recorrido supone evasión y concentración. Evasión porque la prosa de Calvino nos permite fantasear acerca de ciudades inexistentes; concentración porque desliza la posibilidad de comparar la estructura edilicia con la arquitectura de nuestro interior en tanto hombres y mujeres, habitantes de un espacio externo, común, compartido, y de otro interno, privado, absolutamente personal.

Al final de cuentas, Las ciudades invisibles sí tiene algo de Babel. Efectivamente libro y mito parecen compartir la evocación de la divinidad que, para bien o para mal, forma parte inherente de nuestra condición humana.