Los espectadores que en nuestra infancia sentimos pasión incondicional por los globos y por aquella entrañable película de Albert Lamorisse nos convertimos en víctimas fáciles de Up. Una aventura de altura. De hecho, nos cuesta encontrarle grandes defectos a esta nueva producción de Pixar que, siempre desde nuestra debilidad, parece superar a sus antecesoras, entre ellas las aquí reseñadas WALL.E y Ratatouille. Es más… El compromiso afectivo es tal que algunas escenas nos hacen lagrimear.
Muy en el fondo sobrevive un remedo de espíritu crítico que se activa ante un mismo patrón estético, algo no del todo reprochable (los rasgos de los personajes «pixarianos» son tan reconocibles como, por ejemplo, aquéllos de los «aardmanianos«), y ante el esfuerzo denodado por valorar al diferente (al Sr. Fredricksen que es viejo y anti-moderno; a Russell que es gordito y con ojos rasgados; al colorido pajarraco Kevin que es una especie en extinción; al perro Dug que no encaja en la jauría del malvado Charles Muntz).
Algún espíritu imparcial podrá objetarle al guión de Bob Peterson un alto índice de previsibilidad y una serie de lugares comunes que los amantes de los globos preferimos ignorar (quizás el más flagrante sea el del hombre sin descendencia convertido en abuelo postizo de un niño abandónico). Después de todo, la mayoría de los cuentos infantiles se caracteriza por permitir que su público se dé el gusto de anticipar el triunfo del bien, el amor y la felicidad.
Up cautiva y conmueve por varios motivos. Para algunos, la clave principal se encontrará en la importancia otorgada a unos balloons tan salvadores como aquéllos que rescataron a Pascal Lamorisse en 1956. Para otros, estará en la reivindicación de la vejez, es decir, en la decisión de transformar a un señor mayor en héroe de carne y hueso, incluso con sus achaques físicos a cuestas. Para muchos, se hallará en el gran amor que une a Carl y Ellie, en la amistad que nace entre el Sr. Fredricksen, Russell, Kevin y Dug, y en la lucha contra la ambición desmedida (no sólo la de Muntz sino la del ejecutivo que representa los intereses de una constructora de rascacielos).
Tal vez los pasajes más conmovedores del film giren en torno a ese Libro de aventuras cuyas páginas nos revelan el antes y el después del viaje que anuncia el título en castellano. Esta bitácora de papel aparece al principio y al final del relato, momentos ambos donde Pete Docter y el mencionado Peterson hacen gala de una economía de recursos visuales y verbales que curiosamente (o no) refuerza la emotividad de esta fábula animada.
Up mantiene el equilibrio narrativo que WALL.E y Ratatouille pierden sobre todo a partir de su segunda mitad. Quizás gracias a este logro, no resulta excesivamente larga, aún cuando dura aproximadamente igual que la historia del robot enamorado (apenas dos minutos menos) y que las andanzas de la rata cocinera (apenas cinco minutos menos).
Los espectadores que en nuestra infancia sentimos pasión incondicional por los globos y por la entrañable película de Lamorisse nos convertimos en víctimas fáciles de la última producción de Pixar. Tanta empatía emotiva, ¿nostálgica?, afectiva inhibe cualquier intención de analizar y eventualmente criticar.
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