Lo oigo desde el living de casa. «¡Puta! ¡Cristina Kirchner es una puta!» vocifera mi vecino casi todas las noches mientras mira las noticias por televisión.
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Mi vecino no dice «es puta» a secas, como si dijera «es abogada», «es ingeniera», «es actriz». Si así fuera, podríamos hacer de cuenta que está refiriéndose a una profesión (después de todo, muchos aseguran que el ejercicio de la prostitución es el oficio más antiguo del mundo).
Tampoco se refiere a un epíteto, como si dijera «es ninfómana», «es promiscua», «es infiel» o -seamos positivos- «es atractiva», «es elocuente», «es astuta». No. La expresión excede los límites del mero retrato.
Que se entienda bien. Este buen hombre se aplica con vehemencia a la hora de pronunciar el artículo indefinido. De masticarlo; de deletrearlo; de desmenuzarlo. «Es u-NNN-a puta» (certero, el énfasis recae sobre la N).
Así, la palabra puta adquiere el status inconfundible de sustantivo. Sustantivo que eventualmente, según la envergadura de la bronca, mi vecino elige enriquecer con algún adjetivo -aumentativo («una gran puta») o valorativo («una linda puta»)- o con algún complemento («de mierda», por ejemplo).
Así, el uso del artículo refuerza la intención ofensiva y descalificadora. Una más; una entre tantas; una del montón.
Evitemos cualquier reflexión sociológica, política, cultural sobre esta anécdota. Descartemos cualquier opinión o inquietud respecto de cualidades dirigenciales, competencias personales, intereses partidarios. Hagamos una concesión: pretendamos estar interesados en la vida privada de nuestra futura Presidente/a, y asumamos -aún cuando no nos conste- que Cristina Fernández de Kirchner es efectivamente ligera de cascos. U-NNN-a puta entre otras.
Ahora bien… Una pregunta… Las personas con un discurso -y una mentalidad- como los de mi ofuscado vecino, ¿qué son?
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