Noches mágicas de radio es una película enternecedora por varios motivos. Porque se trata de una obra póstuma, la del estimado Robert Altman. Porque le rinde honores al hechizo del éter. Porque reúne a actores que -se nota- disfrutan de una «última cena» (en un sentido cristiano) a la que muchos cinéfilos hubiéramos querido asistir.
Sin dudas Altman se dio el gusto de despedirse. De ahí quizás el halo nostálgico de este largometraje. De ahí la decisión de homenajear a la radio de su infancia y a un Estados Unidos profundo, probablemente asociado a recuerdos del pueblo natal. De ahí la necesidad de filmar un relato donde la muerte –esta vez con apariencia angelical- cumple un rol fundamental.
En Noches mágicas… revivimos el encanto de los programas en directo, emitidos desde un teatro con público presente. Nos topamos entonces con jingles largos y pegadizos, sobre productos que casi ni se usan (el aceite de castor, por ejemplo); nos reencontramos con el especialista en efectos de sonido y con la pequeña orquesta (ahora reemplazados por una computadora, consola y/o CD) y redescubrimos los nervios de los sketches en vivo.
En Noches mágicas… también escuchamos música country, vemos a cantantes vaqueros (o vaqueros que cantan), y descubrimos el contraste entre los resabios folklóricos y los embates de la posmodernidad. También nos infiltramos en esa otra familia que, según cuentan, conforman los artistas.
Además, en Noches mágicas… nos cruzamos con la parca (la bella y distante Virginia Madsen). Primero creemos estar ante una fanática desquiciada; después ante una justiciera misericordiosa.
En este clima de ensueño, nada desentona. Ni el guión de Garrison Keillor (inspirado en su propia pieza teatral). Ni la banda sonora. Ni las actuaciones.
Kevin Kline compone a un fanfarrón -aunque adorable- investigador privado, encargado de la seguridad del show radial. John C. Reilly, Woody Harrelson, Meryl Streep, Lily Tomlin revelan sus talentos vocales (debería decir lo mismo de Lindsay Lohan, pero no me animo). Y el mencionado Keillor, que se interpreta a sí mismo, nos seduce con su espléndida voz de locutor.
Definitivamente, Noches mágicas de radio es una película enternecedora, incluso conmovedora. Tal vez por eso, después de verla, nos damos cuenta de que don Robert Altman sigue vivo en nuestro corazón.
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