Como toda película de Ken Loach, El viento que acaricia el prado excede el interés meramente cinematográfico para despertar cierta conciencia histórica y social. En este caso, el realizador inglés cuenta la conflictiva relación de dos hermanos involucrados en la lucha que Irlanda emprendió en los años’20 para liberarse del imperio británico y constituirse en república. De esta manera, descubre un pasado que las «versiones oficiales» pretenden ocultar.
Probablemente uno de los mayores méritos de Loach sea su frontalidad, en contraste con aquellos directores que agitan la bandera de una supuesta neutralidad (¿se acuerdan de En mi tierra?). De ahí que en El viento… no exista espacio para ninguna teoría de los dos demonios, ni para alguna excepción que redima a la Corona inglesa de su afán ocupacionista.
Ahora bien, esta ausencia de «objetividad» no es sinónimo de distorsión, mucho menos de fanatismo. En otras palabras, este film no es maniqueo; no contrapone a «buenos» y «malos». Al contrario, el relato de Loach refleja las contradicciones, las rivalidades, las traiciones que desde adentro corroen la solidaridad y cohesión de los irlandeses.
En este sentido, Teddy y Damien representan las dos voces de una nación sitiada, avasallada, humillada. Por un lado, está la voz de quienes confían en un tratado de paz que concede ciertos derechos a cambio de exigencias de fidelidad a la Reina. Por el otro, está la voz de quienes reclaman total independencia y una revolución política y económica.
Evidentemente Loach parte de una historia interpersonal -fraternal- para contar la historia de un pueblo. Probablemente gracias a este recurso narrativo el film evita transformarse en panfleto, o en folletín pedagógico.
En el largometraje también se destaca el trabajo de Cillian Murphy, actor usualmente condenado al género de terror (habrá que echarle la culpa a Exterminio de Danny Boyle), y sin embargo totalmente convincente cuando encarna a un Damien que nada tiene de diabólico.
Si no fuera porque la mayoría de la gente busca en el cine un antídoto contra la dura realidad, recomendaría El viento que acaricia el prado con todo fervor y sin ninguna restricción. Sin embargo, dadas ciertas circunstancias, la nueva propuesta de Ken Loach es sólo apta para quienes, además de ver buen cine, quieran satisfacer algún tipo de inquietud histórico-social.
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