Con la proyección de los capítulos dedicados al tenista Daniel Schapira, al futbolista Gustavo Papilo Olmedo y al atleta Miguel Benancio Sánchez, concluyó anoche la presentación de Deporte, desaparecidos y dictadura, adaptación televisiva de la investigación periodistica que Gustavo Veiga realizó sobre la historia de deportistas federados víctimas del terrorismo de Estado durante nuestra dictadura de 1976-1983. El cierre tuvo lugar en el Centro Cultural de la Cooperación donde, antes de la exhibición, expusieron brevemente el mencionado Veiga, el codirector de la miniserie Carlos Eduardo Martínez, la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Rosa Roisinblit, un hermano de Papilo y el secretario general de ATE Legislatura Pablo Gennaro.
El recuerdo de estos desaparecidos -es decir de jóvenes militantes que también fueron deportistas prometedores- inspiró las palabras introductorias de la presentadora Adriana Zerdin sobre la importancia de la memoria colectiva en tanto ejercicio necesario para evitar el horror del pasado, mejorar el presente y asegurar un futuro con más justicia social. En este marco de homenaje a los que ya no están y de resistencia a las voces que aconsejan/piden/exigen olvidar, hablaron los integrantes del panel.
A Daniel Olmedo le costó contener las lágrimas cuando evocó la orden del ex Presidente Néstor Kirchner de descolgar los cuadros de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone en el Colegio Militar. Minutos después su hermano Mario volvería a conmover al público, esta vez a la distancia, a partir del testimonio que ofreció ante cámara cuando la filmación del capiítulo sobre Papilo.
Por su parte, Rosa Roisinblit aprovechó la ocasión para rememorar algunas conquistas de la lucha que las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo emprendieron 37 años atrás. Entre ellas, la concreción de los juicios a los genocidas, algo que parecía imposible en 1983 («Los milicos no quieren a ningún par en el banquillo de los acusados», contó que les dijo el entonces ayudante de fiscal Luis Moreno Ocampo), y la identificación de nietos apropiados a partir de un análisis de ADN cada vez más fácil de realizar.
Luego de que Martínez se refiriera someramente al concurso ganado para realizar la serie que ahora forma parte del Banco Audiovisual de Contenidos Universales Argentino (BACUA), Veiga leyó los nombres de los 27 deportistas desaparecidos cuyos retratos quedaron afuera por razones de espacio y/o porque un documental anterior los abordó. En este punto cabe recordar que Deporte, desaparecidos y dictadura sólo cuenta ocho historias.
Las palabras de Pablo Gennaro fueron particularmente interesantes, pues revelaron la existencia de otro tipo de víctima del fenómeno de desaparición en el ámbito deportivo: los clubes de barrio y de los sindicatos. Tras referirse a su experiencia personal como jugador de rugby del club Daom, el secretario general de ATE Legislatura definió el cierre o abandono de estos espacios recreativos como parte de la estrategia de exclusión social que la dictadura cívico-militar aplicó contra los trabajadores y sus familias.
Los tres episodios proyectados en el auditorio ‘Raúl González Tuñón’ del Centro Cultural de la Cooperación fueron el corolario de un cierre tan conmovedor como auspicioso. De hecho, los retratos de Daniel, Papilo y Miguel adelantaron al menos tres virtudes de Deporte, desaparecidos y dictadura: la pertinencia de los testimonios recabados, la calidad fotográfica de cada plano (se nota especialmente en los frescos del paisaje riojano en Los Sarmientos, Chilecito) y una banda sonora que sabe acompañar la emotividad del recuerdo evocado.
En breve, la miniserie codirigida por Martínez y Julio Santamaría estará disponible en la plataforma gratuita de Contenidos Digitales Abiertos. Deberán estar atentos a este otro lanzamiento, los interesados en ver la totalidad de un trabajo hecho con respeto, sensibilidad y rigurosidad profesional.
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