Por Jorge Gómez
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El viernes pasado, los seguidores de 6,7,8 con página en Facebook se autoconvocaron en el Obelisco y en otros puntos del interior del país para apoyar la vigencia de la Ley de Medios. Mientras los responsables del programa mandaron una cámara para entrevistar a algunos manifestantes porteños, los grandes canales de televisión ignoraron este acto como aquel otro del 12 de marzo: esta vez prefirieron cubrir, quince cuadras más lejos, el incendio de un segundo piso ubicado en el barrio de Constitución.
Por su parte, los diarios casi no registraron el episodio. La mayoría publicó el mismo cable de Télam, Clarín lamentó en su sitio la “congestión de tránsito por una marcha kirchnerista”, y sólo Página 12 envió un periodista para que hiciera una cobertura completa de la concentración.
Mas allá de cuán expuesta queda la falacia del periodismo objetivo e independiente (¿cómo puede NO ser noticia la movilización de miles de personas al centro de Buenos Aires a partir de una convocatoria online?), se dan dos fenómenos interesantes. El primero: estos ciudadanos oficialistas parecen haber adoptado los motes con los que se los insulta.
En tanto minoría oficialista, estos integrantes de la clase media porteña son profusamente agraviados en Internet y habitualmente acusados de indignos, violentos, extorsionados, comprados o esclavos del clientelismo por una gran mayoría de compatriotas comunicadores y políticos. En respuesta a esta agresión, los manfiestantes del viernes pasado llevaron carteles con las leyendas “Somos la mierda oficialista” o “Vine por un chori” entre otras ironías sobre el apoyo que el Gobierno nacional supuestamente compra y paga.
Cuando estas personas deciden autodenominarse mierda oficialista, “asumen la distorsión y la devuelven multiplicada” (diría Franz Fanon). Retoman los motes con los que se los denigra y los usan con arrogancia para identificarse. Existen varios ejemplos en el peronismo (cabecitas, aluvión zoológico) y en nuestro fútbol (canallas, bosteros, gallinas) de esta resignificación del insulto.
El segundo fenómeno interesante es el creciente repliegue de la comunicación oficialista hacia la Web. Esta militancia 2.0 se da mayoritariamente en los sectores kirchneristas que buscan franquear el bloqueo informativo impuesto por los grandes medios de comunicación, en su mayoría anti-Gobierno: la convocatoria a una marcha desde Facebook o la constitución de grupos blogueros en apoyo a la gestión de Cristina representa un intento de encontrar espacios de comunicación novedosos y alternativos.
Esta militancia virtual, junto con la mencionada resignificación del insulto, aparece como respuesta pacífica y creativa de un sector de la sociedad habitualmente acusado de las peores tropelías. Dada la novedad, habrá que seguir la evolución de ambos fenómenos con atención.
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