Los comentarios que suscitó esta celebración del Día del Blogger, las implicancias de este post sobre el tedio del off-topic o fuera de tema, este retrato de nuestra idiosincrasia web y -más allá de Espectadores- la detalladísima definición de Wikipedia dejan escaso margen para escribir algo medianamente original sobre los trolls. Sin embargo, la experiencia registrada en un espacio acotado y poco frecuentado como esta bitácora señala conductas específicas (acordes al alcance del medio) de estos agentes de malestar, desencuentro e incomunicación.
Un blog que recibe un promedio muy fluctuante de entre 400 y 800 visitas únicas diarias resulta poco tentador para quienes buscan promocionar su emprendimiento online o -a falta de link propio- su intelecto pretendidamente libre, crítico, ocurrente, irreverente, demoledor. Quizás por eso cuesta encontrar en estas páginas el caso de la intervención recurrente, sistemática, premeditada que describen los informes varios alojados en Internet.
Al contrario, la mayoría de los trolls que ingresan a Espectadores son lectores ocasionales que se topan con algún post desde donde eligen irrumpir y «atacar». A partir de esta instancia, constatamos dos conductas típicas: o bien el individuo arroja un comment-bomba y se retira para nunca regresar (ni siquiera para contestar la réplica que seguramente vendrá); o bien se atrinchera en el post elegido con la ilusión de imponerse y apropiarlo (impresiona la tenacidad con la que busca quedarse con la última palabra).
Aunque la mayoría se ampara en el anonimato (en general, en seudónimos sin relación con su nombre y apellido), los trolls más detestables son aquéllos que además conocen al autor del blog y usan algún dato privado para reforzar la agresión. María Eulalia en esta reseña «literaria» y la letra a en esta boutade contra Marcelo Bonelli son los ejemplos más representativos del caso.
El fenómeno de apropiación no es exclusividad de los trolls. Sin ánimo de agraviar o descalificar, otros espíritus obsesivos también copan un post de tal modo que muchos visitantes desprevenidos los confunden con los autores y moderadores de la página en cuestión. Sucedió con Pazzzzzzzz en la reseña dedicada a The L word y con Maru en la crítica a La familia Ingalls. Aunque no es cizañera, la conducta de estas personas perturba igual, primero porque colonizan un espacio que les es ajeno, segundo porque estimulan la práctica del off-topic y desvirtúan la intención original del post (que termina pareciéndose a un foro, a veces a un chat, antes que a la página de un blog).
En ocasiones, trastabilla la convivencia entre la libre expresión y las reglas de moderación inscriptas en una política editorial. Es fácil bloquear a quienes escriben insultos o discursos ofensivos o agraviantes; la cosa se complica cuando la descalificación o agresión evita la grosería y -más difícil aún- ante un copamiento sin intención belicosa.
Algunos lectores asiduos de Espectadores ya señalaron la conveniencia de filtrar este tipo de comentarios que, en definitiva, no aportan nada. Fuera de este espacio, algunos bloggers adhieren a las distintas campañas que aconsejan ignorar y no responder (porque el reconocimiento, la respuesta exacerbarían la compulsión de provocación).
Por momentos, ambas sugerencias resultan tentadoras pero lo cierto es que, en la opinión de quien suscribe, poco puede hacerse para combatir a estos especialistas en molestar. Por un lado se trata de un fenómeno inherente a (por lo tanto inextirpable de) la comunicación web; por otro lado ésta es la extensión de inconductas criollas irreductibles al ámbito virtual.
Deja un comentario