Mea culpa… Leo El extranjero de Albert Camus recién a mis 37 años. Pasaron décadas desde que algunos compañeros de secundario tuvieron la suerte de descubrirlo en 3° o 4° año (a otros nos tocó La peste) para enseguida adherir al club de admiradores de un libro, un personaje y un autor con destino trágico. En parte porque sobran los análisis dedicados a la historia del entrañable Meursault, las impresiones aquí transcriptas distan de ser originales. Con suerte llamarán la atención de otros espíritus dispuestos a saldar esta deuda literaria.
El ensañamiento de la sociedad -o del statu quo- con el (y lo) extraño, la institucionalización de una moral que confunde justicia con castigo ejemplar, la condición absurda de nuestra existencia, el (des)apego de los seres humanos por la vida y la muerte son los grandes temas que el escritor ¿y filósofo? argelino desarrolla con una prosa por momentos visual (digna de una adaptación cinematográfica), por momentos periodística (por su precisión y capacidad de síntesis), por momentos ensayística (con fines analíticos).
La narración en primera persona del singular invita a buscar a Camus en Meursault. De ahí que las observaciones y reflexiones del oficinista abúlico, prescindente, aparentemente conformista e indiferente sugieran la conveniencia de repasar el aporte que el intelectual pied-noir hizo al existencialismo de su colega/adversario Jean-Paul Sartre.
También resulta interesante imaginar la enorme repercusión que L’étranger tuvo entre los jóvenes de los ’60, sobre todo entre quienes creyeron en los proyectos revolucionarios de esos años, y compararla con el efecto que puede causar en los integrantes de las generaciones X, Y y Z. Si los primeros adviritieron y discutieron la dualidad de Meursault (¿se trata de un rebelde solapado, resistente pasivo o, por el contrario, de una víctima de su propia inercia?), es probable que los segundos descarten el debate y conciban al personaje como un igual signado por la mala suerte.
En ambos sentidos, el libro renueva su vigencia. Por un lado, porque la discusión de antaño permanece abierta y, por otro lado, porque el eventual fenómeno de identificación actual dispara más interrogantes sobre la condición humana, en especial sobre su «evolución» social, cultural, política, ideológica.
En 150 páginas Camus despliega sus aptitudes poéticas, periodísticas, ensayísticas y, de esta manera, consigue comprometernos intelectual y afectivamente con Meursault. Imposible olvidar a uno y a otro cuando terminamos de leerlos; quizas por eso buscamos posibles herederos y, diferencias al margen, pensamos en J.D Salinger y Holden Caulfield.
Mea culpa… Descubro El extranjero de Albert Camus recién a mis 37 años. Ojalá las impresiones aquí transcriptas convenzan a otros rezagados para que -cuanto antes- salden esta inadmisible deuda literaria.
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