Por Jorge Gómez
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En cualquier sitio de Internet (el portal de un diario, un blog, una página de noticias o filosofía) se publica un artículo sobre –por ejemplo– el matrimonio Kirchner… Los lectores abren entonces su ronda de comentarios.
Alguien llamado Kballo Loko dice “Cuantas pelotudeses. A ustedes los bancan el tuerto y la puta”. Le contestan personajes con nombres como “El tucumano”, “María Pía”, “quelopario” o “Tota”, y durante horas intercambian decenas de mensajes con acusaciones de facho, agente de la SIDE, chorro, ignorante, pajero, zurdo, montonero, cornudo, y otras formas seguras de liquidar cualquier tipo de debate.
En ningún caso la charla parece encaminarse a observaciones serias. Los lectores se alejan del tema del artículo (no les interesa) y se prenden en violentas disputas personales, siempre manteniendo la falta de interés por el debate, la violencia verbal y el anonimato.
Situaciones similares ocurren en los portales de los periódicos. En sitios como el de La Nación, presuntamente visitados por señores conservadores y serios, en portales bizarros como Urgente 24 o en el espacio “liberal” de Crítica de la Argentina podemos distinguirlos por el uso de mayúsculas, los errores de ortografía y las puteadas.
Estos foristas son hermanos, primos, parientes de los oyentes de radio que, con sólo presentarse como “Jorge de Castelar”, dejan mensajes disparatados en los contestadores telefónicos de los programas.
Este fenómeno de incomunicación y degradación del lenguaje se da justamente en Internet, que en principio parece un espacio formidable para el intercambio masivo, rápido y gratuito de información y opiniones. En el lugar donde (pensábamos) debían darse los mejores debates, surgen estas prácticas que convierten a las ventanas de comentarios en sitios de charlas irrelevantes, griteríos de borrachos que no le importan a nadie.
Es posible que parte de este problema esté relacionado con el anonimato usual en la red. A lo mejor el volumen de agresión en los blogs sería menor si tuviéramos que hacernos cargo de nuestras intervenciones con datos de identidad comprobables. Pero también es muy posible que Internet sólo esté reflejando el grado de intolerancia y fundamentalismo que existe en sectores amplios de la sociedad, y del que no se la puede culpar.
Cuando Mirtha Legrand le dice “oficialista” a Reynaldo Sietecase porque opina que la gente no tiene miedo de criticar al Gobierno, o Cacho Castaña propone terminar con la delincuencia con 300 ladrillos, o Crónica TV nos explica la diferencia entre personas y bolivianos, están exhibiendo un tipo de razonamiento pobre, sin matices, que es muy fácil emparentar con la manera de debatir de nuestros foristas. Tal vez, el anonimato de la Web nos permita mostrarnos como somos. No tenemos mucho interés en las ideas complejas, en observar la mirada del otro y en arriesgarnos a cambiar la nuestra.
Después de todo, antes que andar leyendo esas pavadas que escriben los demás, prefiero acusarlos de nazis, de bolitas/paraguas/chilotes que vienen a sacarnos el trabajo, de kirchneristas ladrones, de nostálgicos del menemato, de banda de trolos que no saben vivir en libertad.
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