Después de ver El niño pez, algunos espectadores nos quedamos con gusto a poco, con la sensación de que Lucía Puenzo pretende contar una historia pasional (en más de un sentido) sin la pasión en principio requerida/esperada, y con la sospecha de que la condición bi/homosexual de las protagonistas fue concebida como anzuelo para -según dicen los franceses- «épater les bourgeois», algo así como escandalizar a los burgueses. Dicho esto, la película se destaca por un guión sólido, por buenas actuaciones (Mariela Vitale es «la» revelación) y por algunos tiros por elevación contra una clase alta hipócrita y nada santa.
La estructura narrativa del largometraje tiene el mérito de combinar presente y pasado sin recurrir a los clásicos flashbacks. Lejos de subestimarnos (o de limitarnos a una actitud pasiva), la realizadora argentina nos invita a participar de la reconstrucción del relato que compromete a Lala y la Guayi, y a unir los cabos que explican las circunstancias de una muerte dudosa.
La carnadura de los personajes también da prueba de un trabajo narrativo cuidado. Desde esta perspectiva, se nota el esfuerzo de Puenzo por escaparles a las caracterizaciones unidimensionales.
La mucama paraguaya que encarna la mencionada Vitale es el logro más acabado, no sólo por mérito del guión sino por la entrega de la cantante devenida en actriz. Por contraste, porque la voz le juega en contra, y/o porque la historia le exige que llore a cada rato, Inés Efrón se luce menos.
Desde el punto de vista actoral, también cabe destacar la intervención de Arnaldo André. Aunque secundario y un poco inspirado en la realidad, su personaje revela que el galán paraguayo sabe desprenderse de los tics y poses adquiridos tras décadas de experiencia en telenovelas.
Cuando XXY se estrenó a mediados de 2007, algunos críticos y espectadores le reprocharon a Lucía Puenzo cierta brutalidad, incluso crueldad, a la hora de contar la poblemática de Álex. Podría pensarse entonces que, dos años más tarde, la hija de Luis eligió suavizar el tono de sus trabajos a partir de la adaptación de una novela que escribió siendo (más) joven y que incluye la alusión a una fábula inspirada en la cultura guaraní.
Pero justamente la veta poética es el aspecto menos encomiable -y menos saludable- de El niño pez, película cuyos aciertos no impiden que algunos espectadores salgamos de la sala con gusto a poco.
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