Atención, especialistas en impostores. Atención, incondicionales de John Malkovich. Atención, adoradores de Stanley Kubrick (solemnes abstenerse), esta propuesta tiene altas chances de caerles bien. Por favor, anoten: Color me Kubrick o Colour me Kubrick. Búsquenla por el título original. Tengan en cuenta que la opera prima de Brian W. Cook padeció algunas dificultades con su distribución, y nunca se estrenó oficialmente en Argentina.
Inspirada (al parecer, apenas inspirada) en hechos reales, ésta es la historia del británico Alan Conway, timador profesional que en la década del ’80 se hizo pasar por el creador de La naranja mecánica para obtener favores sexuales y monetarios de presuntos cinéfilos interesados en sacarle el jugo a -creían ellos- una verdadera celebridad.
Contrariamente al joven y encantador Frank Abagnale de Atrápame si puedes, este hombre entrado en años y consumido por el alcohol no tiene absolutamente ninguna necesidad de redimirse. Quizás por eso consigue burlar no sólo a víctimas circunstanciales sino a toda una sociedad (me refiero a nuestra sociedad consumista, arribista, exitista, personalista).
Para interpretar a un personaje de estas características, Malkovich es el candidato ideal por distintos motivos. Primero, por ese aire displicente que a veces oscila entre la total indiferencia, la seducción y la perversión. Segundo, por esa vocación transgresora que le permite mofarse incluso de sí mismo. Tercero por esa predisposición a encarnar a inusuales antihéroes.
Habrá quienes sostengan que éste es un tributo burdo porque parte de una anécdota de apropiación de identidad para presentar una visión distorsionada de la persona homenajeada, y/o porque las citas cinematográficas son muy evidentes, tanto en la recreación de ciertas escenas como en la elección de la banda sonora. Por otra parte, habrá quienes sospechen que detrás del guión elaborado por el asistente personal de don Stanley (Anthony Frewin) se esconden intenciones desleales y oportunistas.
No importa. Ignoren esas voces, y en cambio déjense llevar. Después de todo, una sola vez en la vida tendremos esta posibilidad de pintarnos color Kubrick y, un poco (un poco) como Conway, atrevernos a jugar… y a despistar.
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