«La Hillary Clinton argentina» según algunos medios extranjeros; «la pingüina» para la prensa local. Ayer Cristina Kirchner fue presentada en sociedad como candidata oficialista para las próximas elecciones presidenciales.
Como era de esperarse, las especulaciones a favor y en contra no tardaron en multiplicarse. Políticos, periodistas y opinólogos elaboraron sus pronósticos, hicieron sus apuestas, dictaron su sentencia. Pocos miraron hacia atrás, aún cuando trazar una acotada línea cronológica resulta sumamente tentador.
Tientan las similitudes y tientan las diferencias.
Asumiendo que Evita formó parte activa de la Presidencia de la Nación durante la segunda mitad de la década del cuarenta, y asumiendo que Cristina tiene chances de convertirse en nuestra próxima Primera Mandataria (¿o debemos seguir hablando de «Primer Mandatario»?), ¿cómo impedir que nuestra memoria colectiva rescate del olvido a la huidiza Isabelita? ¿Cómo reprimir el impulso de atar cabos?
Las coincidencias son formales, tanto que saltan a la vista. Por lo pronto, se trata de tres esposas. Tres esposas de un Presidente. Tres esposas de un Presidente peronista. Tres esposas de un Presidente peronista con pretensiones de un segundo o tercer mandato.
En este sentido, cada una aparece (apareció) como sucesora, heredera, «jefa espiritual» del emprendimiento impulsado por su hombre. La fuerza del apellido es tal que ya no hace falta mencionarlo. De ahí que Eva Duarte de Perón se convierta en Evita, que María Estela Martínez de Perón adopte el apodo de Isabelita, y que ahora Cristina Fernández de Kirchner sea Cristina a secas (atención: aquí no hay diminutivo, ni siquiera apócope que valga).
Por distintas razones, de distinta manera, las tres fueron (son) vilipendiadas. En el caso de Evita y Cristina, en tanto putas, arribistas y revanchistas. En el caso de Isabelita, como embrujada, manipulada, prácticamente descerebrada.
Hasta aquí, los puntos en común. Similitudes que parecen supeditadas a la condición femenina, y a la problemática de las mujeres con poder en una sociedad machista o patriarcal. Las diferencias, en cambio, cubren distintos aspectos: extracción social, formación, perfil psicológico, contexto histórico.
Desde una mirada absolutamente subjetiva, y por lo tanto absolutamente discutible, las diferencias son abismales y -de lejos- juegan a favor de Evita. Claro que a esta altura «la perona», tal como la llamaban sus detractores, encarna un mito, y los mitos resultan mucho más interesantes, ricos, sólidos y por consiguiente admirables que las personas de carne y hueso.
Hoy, de estas tres mujeres sólo dos conservan su carne y sus huesos (por favor, obviemos los chistes fáciles). Mientras Isabelita sigue presa de un pasado que la condena, Cristina encara un futuro que la seduce y la torea. En el medio, el fantasma de Evita las acecha; por momentos las arrincona.
Todo esto, por improvisar una acotada línea cronológica con la que nos empeñamos en unirlas, en compararlas, en enfrentarlas, en declararlas protagonistas -a veces víctimas, a veces gestoras- de nuestra alocada Historia.
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