Con artilugios universales propios de una fábula, La novia siria nos sumerge en el conflictivo Medio Oriente a partir de una historia de familia, relacionada con un casamiento arreglado a distancia. Los espectadores asistimos entonces a una ceremonia atípica, atravesada por las contradicciones y los absurdos dignos de un mundo regido por eficientísimos cultores de la burocracia y la obedicencia debida.
Pero atención. Contrariamente a lo que pueda suponerse, esta película no recurre a entelequias. Dicho de otro modo, aquí no hay «guerra», «Estado», «país», «ejército» que cobren especial protagonismo con miras a convertirse en blanco de discursos pacifistas o anti-bélicos.
Al contrario, aquí el relato se circunscribe a personas. Personas con prejuicios, taras, rencores, temores, esperanzas, cuyos desencuentros y rencillas aluden a la cruda realidad que divide, separa y enfrenta a sirios, drusos e israelíes.
Da la sensación de que el director Eran Riklis pretende demostrar que el meollo de la cuestión se encuentra en la naturaleza humana, en la existencia de ciertos aspectos negativos inherentes a nuestra condición limitada e imperfecta. Entre ellos, la intolerancia (en este caso, de quienes cohabitan en un espacio hace tiempo disputado) y la indiferencia (en este caso, de quienes controlan y «protegen» las fronteras internacionales).
Alrededor de esta novia condenada a imposiciones históricas, políticas, administrativas y culturales, giran algunas figuras típicas de las más tradicionales fábulas familiares. De ahí el regreso del hijo pródigo, la resistencia de un padre debilitado y abatido pero nunca vencido, la inminente emancipación de una esposa incomprendida y agobiada.
Vestida impecablemente de blanco, casi siempre sentada en una silla, Mona (la muy convincente y conmovedora Clara Khoury) es quien menos interviene en esta historia cuyo título, paradójicamente, le adjudica todo protagonismo. Su silenciosa espera transmite por momentos desasosiego; por momentos resignación; por momentos indignación.
Vaya casualidad. Sentimientos, todos, que suelen invadirnos cuando hablamos del conflicto en Medio Oriente.
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