Detrás de -o mejor dicho junto a– Evo Morales, el otro gran protagonista de Cocalero es el pueblo boliviano, sobre todo el campesinado, aquellos hombres y mujeres durante siglos explotados, marginados, reprimidos, silenciados, ignorados. De hecho, la historia del ahora Presidente del país vecino es también la historia de quienes viven del cultivo de la coca, de quienes desde enero de 2006 cuentan por primera vez con un gobierno que realmente los reconoce y representa.
Dirigido por el brasileño Alejandro Landes y producido por la argentina Julia Solomonoff (quienes hayan visto Hermanas recordarán su nombre), este documental acompaña al dirigente sindical aymara durante su campaña previa a las elecciones de diciembre de 2005. La cámara muestra entonces la intimidad de un hombre cuya actividad política en ningún momento lo aleja de los suyos, de sus raíces, de su terruño.
El largometraje transmite la transparencia y espontaneidad de sus actores. Aquí no hay poses ni discursos para la posteridad. Al contrario, vemos a Morales en su salsa, ya sea eligiendo fotos para la campaña, asistiendo a una reunión de delegados gremiales, haciéndose cortar el pelo, o pegándose un chapuzón en el río más cercano a su «chaco».
A su lado, están siempre Bolivia y la gente. Bolivia con sus altiplanos, sus plantaciones cocaleras, sus callecitas paceñas y santacruceñas, sus caminos montañosos. La gente, por su parte, se divide en dos grandes grupos: por un lado, las cholas, los campesinos, los mineros que apoyan y alientan a Evo; por el otro, las personas bien que le gritan «maleante», «negro/kolla de mierda».
De los momentos capturados por Landes, me quedo especialmente con tres. El primero: la reunión donde un miembro del Movimiento al Socialismo (MAS) explica que la honestidad -y no un título universitario- es el requisito fundamental para trabajar en política. El segundo: las declaraciones de un viejo campesino sobre la intervención militar norteamericana en tierras cocaleras. El tercero: la escena final donde Leonilda Zurita, candidata a senadora suplente, habla con su madre sobre el atuendo que Evo debería vestir el día de la asunción oficial, después de ganar las elecciones.
La fuerza testimonial de Cocalero es conmovedora. Transmite dignidad, convicción, empuje, coraje. Muestra el esfuerzo dedicado a una lucha constante, sin descanso, y subraya el enorme logro de concientización social. Por si fuera poco, nos regala una pequeña chispa de esperanza, al menos a quienes creemos que en Latinoamérica soplan reparadores vientos de cambio.
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PD. Aunque breve y en forma de posdata, bien vale una mención aparte para la música original de Leonardo Heiblum y Jacobo Lieberman.
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