Cuántas veces la literatura habrá coqueteado con la idea de que los personajes cobren vida propia, o al menos se amparen en cierto principio de autodeterminación para liberarse de la sujeción autoral. Las artes audiovisuales también tienen lo suyo. Basta con recordar La rosa púrpura de El Cairo, cuando Tom Baxter se niega a volver a la pantalla grande, o un episodio de El inspector, cuando el recordado policía amenaza con llevar preso al insolente dibujante. Dados estos antecedentes, Más extraño que la ficción no es tan original como parece. Sin embargo, el guión de Zach Helm aborda el tema con sensibilidad y sentido del humor, dos elementos tentadores para los amantes del eterno juego entre realidad y (re)creación.
En este caso, el juego posee dos niveles narrativos: mientras el primero está protagonizado por Harold Crick, el segundo gira en torno a Karen Eiffel. Por un lado, tenemos una fábula inventada, disfrazada de cotidianeidad, y por el otro conocemos al factótum del relato pergeñado, presa de las exigencias de una industria dedicada a explotar el reino de la fantasía.
Los dos niveles se superponen; se cruzan; se enfrentan. En el fluir de esos movimientos en ocasiones paralelos, en ocasiones confluyentes radica el principal desafío de esta película. En otras palabras, hay que ver de qué manera guionista y director desarrollan un vínculo delicado -el vínculo entre escritor y personaje- sin enredarse en la intertextualidad y sin caer en la redundancia explicativa.
A grandes rasgos, el trabajo de Helm y Marc Forster sortea ambos riesgos. Si bien la introducción podría ser más breve (el conflicto tarda en llegar) y el desenlace resulta un tanto forzado (ay, el bendito happy end hollywoodense), el film presenta un ritmo ameno, llevadero, disfrutable.
El mérito es en gran parte de Will Ferrell, actor que -me permito confesar- no es santo de mi devoción pero que en esta oportunidad se luce con una actuación distinta, capaz de darle vida a un antihéroe absolutamente conmovedor. Por supuesto, también hay que mencionar a Emma Thompson, Dustin Hoffman y Maggie Gyllenhaal, cuyas interpretaciones constituyen un buen contrapreso en una historia casi unipersonal.
(Cabe preguntarse, en cambio, sobre la participación de Queen Latifah. A título personal no me parece que tenga mucha razón de ser.)
Parafraseando al célebre Luigi Pirandello, esta comedia podría llamarse Un personaje en busca de su autor. Pero, pensándolo bien, su título original es mucho mejor. Después de todo, pocas cosas tan sugerentes -e insisto- tentadoras como lo que resulta más extraño que la mismísima ficción.
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