Probablemente en breve aparecerá el blog de rigor, un espacio que informará sobre la evolución del programa y donde la gente podrá votar por su(s) participante(s) predilecto(s). Éste no es el caso. Ésta es apenas una reseña sobre el primer episodio de Gran Hermano 2007, en última instancia una invitación a comentar las características de una franquicia que va por su cuarta edición después de una impasse de ¿tres? años. Pasen y vean.
Si hacía falta algún gesto, alguna palabra que confirmara la confusión entre vida pública y privada, ya está. La contratación del chimentólogo Jorge Rial como flamante conductor del reality show resulta harto evidente. Por un lado, oficializa la promesa de ascenso meteórico y de reconocimiento instantáneo. Por otro lado, recuerda que cualquier famoso advenedizo puede convertirse en víctima de la tiranía mediática (los memoriosos recordarán a Marcelo Corazza) y/o volver a caer estrepitosamente en el anonimato.
Además, la sola presencia del ex discípulo de Lucho Avilés anticipa un cambio de rumbo, una supuesta vuelta de tuerca que acentúa la severidad, la crudeza, ¿la crueldad? del desafío. Entonces, fiel a su estilo, el alma mater de Intrusos asegura conocer «todos» los secretos y mentiras de los 18 concursantes, y se compromete a revelarlos sin ningún miramiento.
Rial también muestra su faceta taimada. De ahí la necesidad de insistir en aclarar que Gran Hermano es «un juego». Como si quisiera relativizar las implicancias de este laboratorio catódico. Como si respondiera de antemano a quienes señalan que estamos ante, lisa y llanamente, una propuesta canalla.
Hecha la aclaración, el show agita la bandera de la transparencia. Transparencia por el despliegue técnico (son 35 las cámaras encargadas de registrar cada acción, cada diálogo). Transparencia porque aquí no se pretende ocultar nada, ni la historia ni las intenciones de los protagonistas.
Así, ya desde el principio, sabemos que aquélla es madre soltera, que aquél fue inmigrante ilegal, que ese otro trabajó en el Golden. También nos enteramos de quién participa por amor al arte, por el dinero y/o por la fama.
Promocionado con bombos y platillos, el inicio de Gran Hermano puso nerviosos a todos: a los concursantes desde ya, al mismísimo Rial y a su asistente Mariano Peluffo. Cuesta comprender el porqué de tanta ansiedad cuando, ooootra vez, la TV se empeña en explotar su costado más chabacano, más perverso, más nefasto.
Deja un comentario