No sé porqué últimamente pienso tanto en la muerte. A no asustarse: no se trata de un deseo encubierto ni de una obsesión malsana. A lo sumo puedo decir que, si bien por momentos me asalta cierta angustia, la mayoría de las veces es simple curiosidad.
No me interesa demasiado el después, lo que vendrá (si es que viene algo); tampoco el cómo, el dónde ni el cuándo. Lo que sí me inquieta -y/o me intriga- es ese momento extacto, ese instante preciso en el que dejamos -tal vez creemos dejar- de respirar, de ver, de escuchar, de sentir, de pensar. Ese segundo en el que (supongo) uno se ve, se escucha, se siente, se piensa por última vez, justo antes de desintegrarse en la nada más absoluta, o en un estado/mundo en principio desconocido. Esa fracción temporal en la que uno definitivamente pierde conciencia de sí mismo, y por lo tanto de su entorno.
Dada esta preocupación, y ante la necesidad de exsorcizarla, se me ocurrió refritar un texto que escribí en julio de 2005, y que se refería a la personificación cinematográfica de la muerte. Quizás ya en ese entonces estaba buscando la manera de capturar, retener uno de los misterios más grandes e inasibles de nuestra existencia. No lo sé.
Lo que sí sé es que, desde otro lugar, un año después, siento la necesidad de retomar aquellas líneas. Ojalá les resulten interesantes.
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La pantalla grande le adjudica distintos rostros a La Parca. A mi juicio, el más impresionante es el de Bengt Ekerot, actor que Ingmar Bergman eligió para la realización de El séptimo sello. Cómo olvidar la cara lánguida, pálida, angulosa del hado enfrentado al caballero medieval, tablero de ajedrez mediante. Cómo no recordar su espera paciente, su juego pausado, su falsa modestia.
Salvando las inconmesurables distancias, no sé si a propósito o sin querer, El último gran héroe incluye a un personaje muy parecido (al menos en cuanto a apariencia), tentado por la idea de sacarle provecho a una mágica y dorada entrada de cine. En este largometraje protagonizado por Arnold Schwarzenegger, la muerte hace un simple cameo pero, como de costumbre, con eso basta para ponernos la piel de gallina.
Por otro lado, Hollywood también ha explotado la faceta seductora de la innombrable. En ¿Conoces a Joe Black? (remake de -dicen los que saben- La muerte se toma vacaciones), se le asignó el género masculino y las facciones del carilindo Brad Pitt. Al margen de sus cuestionables dotes actorales, el muchacho logra destilar una sensualidad capaz de convencernos de que el final de nuestra existencia no tiene porqué ser algo malo.
Con All that jazz, en cambio, el talentoso Bob Fosse viste a La Parca de mujer. Silueta esbelta, piernas largas, pelo ensortijado, rubio, con capelina y vestido blancos, su presencia distrae, entretiene, atrae a Joe Gideon interpretado por Roy Scheider. En esta ocasión y a diferencia de lo que muestran los otros films, la muerte no habla; sólo se limita a mirar, a sonreír, a conquistar.
Por su parte, algún fanático del cine mexicano recordará a Macario, largometraje que no tuve el gusto de ver pero que -me han enseñado- se basa en el cuento homónimo de Traven Croves Torvan (alias Bruno Traven) y retrata la clásica figura mortuoria.
Probablemente estén faltándome títulos (si a alguien se le ocurren más, se agradece la colaboración). Como sea, lo cierto es que la innombrable tiene su lugar asegurado en el Séptimo Arte… igual, igual que en la vida real.
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