Hace tiempo, la casualidad del zapping me condujo a extractos de Nunca estuviste tan adorable, obra de teatro escrita y dirigida por Javier Daulte. El frenesí del control remoto se detuvo primero ante la sonoridad de un título que parecía sugerir una interesante combinación entre sátira y nostalgia, y luego ante la aparición de mis admirados Mirta Busnelli y Luciano Cáceres. Al rato, la pantalla chica quedó justamente chica, y fue cuestión de darse una vuelta por el Broadway para asistir a esta lúcida representación de una típica familia porteña de los años ’60.
Nunca estuviste… se basa en tres grandes pilares. Desde ya, un guión inteligente, repleto de guiños producto de distintos recursos (por ejemplo, un par de coreografías musicales, modismos lingüísticos y «deslices» discursivos) que sirven para desnudar, siempre con humor, las taras de nuestra pequeña clase media.
Así, el retrato familiar se basa en charlas telefónicas que revelan el desprecio por los parientes pobres, en comentarios anecdóticos (y no tanto) que señalan la discriminación contra «los negritos», y en hitos inolvidables como la entrada triunfal de la televisión o la incorporación del infaltable tapado de piel.
El segundo gran pilar es la puesta en escena. El hecho de que toda la acción se desarrolle en un living, ambiente siempre privilegiado por la burguesía, no es casual. Allí, entre sillones, divanes, lámparas, los personajes van, vienen, proclaman, discuten y defienden su espacio vital.
Por último, están las actuaciones, especialmente las de los mencionados Busnelli y Cáceres, y las de Carlos Portaluppi, Lorena Forte y Lucrecia Oviedo. María Onetto y William Prociuk tienen, en cambio, un desempeño irregular.
Muchos hablan del nuevo auge del teatro contemporáneo en la ciudad de Buenos Aires. En este contexto, Nunca estuviste tan adorable se encuentra en la cresta de la ola de este mar saludable y renovador.
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