
Aunque constituye un referente obligado a la hora de repasar los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el Estado terrorista de 1976-83, la masacre de Margarita Belén ocupa un espacio secundario en la memoria colectiva de los argentinos. Por si cupiera alguna duda, ahí están los «no sé» y los «ni idea» en boca de varios habitantes de esa localidad chaqueña, cuyos testimonios constituyen la introducción de Margarita no es una flor, opera prima que Cecilia Fiel presentó en el 28° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y que mañana estrenará en el cine Gaumont.
El desembarco porteño se producirá pocos días después del cuarto aniversario de la lectura de la sentencia condenatoria a ocho militares intervinientes en el fusilamiento clandestino que tuvo lugar el 13 de diciembre de 1976. Esta coincidencia evoca el recuerdo de otro hito reciente en la historia de la matanza: el anuncio, en noviembre pasado, de la identificación de los restos de una de las víctimas (Julio Andrés Bocha Pereyra, inhumado como NN en el cementerio de Empedrado, provincia de Corrientes).
Sin dudas, el documental excede la discusión estrictamente cinematográfica. Vale, sobre todo, como ejercicio informativo -casi pedagógico- que profundiza (y actualiza) el reconocido trabajo previo de Juan Carlos Gronda, y que contribuye a combatir el silencio, el desconocimiento, el olvido, la indiferencia de algunos conciudadanos.
Margarita no es una flor transmite el compromiso intelectual y sentimental de la autora; también su indignación, su tezón, su compasión, su reclamo de justicia. Esto sucede, en parte, porque Fiel no se limita a reconstruir -por cierto, con notable constancia y minuciosidad- las circunstancias de la ejecución. Además, la realizadora comenta las dificultades que encontró durante la realización del largometraje y, de manera intermitente, encarna a una de las víctimas, la joven santafesina Ema (o Emma) Pelusa Cabral.
Algunos espectadores encontramos un tanto forzada esta convivencia entre crónica histórica, ejercicio poético (a partir de la identificación con la militante asesinada) y bitácora de filmación. Por tratarse de una opera prima, quizás habría convenido optar por un solo registro narrativo.
Objeciones discutibles al margen, Margarita… vale por su doble aporte a la memoria colectiva. De hecho, además de conmemorar un episodio específico (en este caso la masacre en cuestión), subraya la dimensión nacional del accionar represivo en tiempos de nuestra última dictadura cívico-militar. En este sentido, la documentalista también contribuye a combatir otra fuente de desconocimiento y/o indiferencia: el porteñocentrismo, con perdón del neologismo.