Por Jorge Gómez
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Esta mañana los medios argentinos anunciaron que, a doce días de su designación, Abel Posse renunció al cargo de Ministro de Educación porteño. Aunque confirma su intención de retomar la actividad a principios de enero, Espectadores interrumpe su receso para comentar la (buena) noticia.
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Mauricio Macri deberá hacerse cargo de algunos cuestionamientos asociados a este otro escándalo PRO. Por lo pronto, los porteños más reaccionarios no le perdonarán su debilidad a la hora de enfrentar la crítica progre troskoleninista; la mayoría del electorado le achacará sus incorporaciones inconsistentes; y por último el propio macrismo le reprochará la ocurrencia de asignarle un espacio público a un personaje con las ideas, los modos y el discurso que hacen a lo más fanático y violento de la derecha argentina.
El Jefe de Gobierno de la Ciudad le ofreció el Ministerio de Educación porteño al Dr. Posse después de que lo rechazara Andrés Delich, radical especialista en la materia y con un perfil muy distinto. Tal vez porque le dedicamos demasiado tiempo a la tele, pocos ciudadanos conocíamos al segundo elegido: ni su obra literaria, ni su pasado como diplomático, ni sus columnas en La Nación, ni sus demás intervenciones en el campo de las ideas y la política.
Esta trayectoria le valió una candidatura a senador y participación en diversos foros vinculados con los sectores más conservadores de la sociedad, hoy especialmente alarmados porque no se puede salir a la calle, plagada de ladrones, asesinos, niños pobres, drogadictos y piqueteros. No sorprenden entonces las loas y aplausos que provocó la diatriba publicada el 10 diciembre, días antes de asumirse el cargo al que hoy se renunció.
Hagamos memoria. Sobre la última dictadura, Posse definió y justificó las violaciones a los derechos humanos por parte del gobierno de Jorge Rafael Videla como reacción ante la denominada “agresión subversiva”. Esta defensa del terrorismo de Estado lo alejó de la nueva derecha que en general señala la interacción de “dos demonios” condenables por igual, pero lo convirtió en mentor del discurso guerrero de Cecilia Pando, Luciano Benjamín Menéndez y el resto de los represores que están siendo juzgados.
Su mirada sobre la juventud es de larga data. De hecho, en enero de 2005, el ahora ex ministro se expresó –otra vez en La Nación– sobre la masacre de Cromañón. En aquella oportunidad, desestimó las faltas de Omar Chabán, minimizó la responsabilidad de los políticos, y en cambio su indignado dedo acusador denunció nuestra caída “educativa, cultural, espiritual”, el permisivismo de los padres y la fascinación de los jóvenes frente al “rito de saltar, gritar, sudar, emocionarse hasta el éxtasis ante el ruido estupidizante y las contorsiones de esas bandas de música estupidizadora, chamánica”.
Hace tiempo, Posse recogió la tradición conservadora criolla, y adhirió a la creencia de que los males de las nuevas generaciones se originan en la adopción de formas culturales distintas a las de sus mayores, en la falta de controles, en el exceso de libertad, en la ausencia de límites: “hay que darle un sopapo al hijo”, dijo en una entrevista donde promocionó la novela sobre el suicidio de su único vástago, por entonces adolescente.
En estos doce días, quienes quieren “cerrar las heridas del pasado” (esto es: interrumpir los juicios a los terroristas paraestatales, reprimir los derechos humanos, retomar los valores tradicionales de la patria e impulsar la caída de este “gobierno de guerrileros”) encontraron un conductor, un restaurador de la Argentina conservadora. De esta manera, sin los problemas éticos de Juan Carlos Blumberg o de Karina Mujica, muy lejos del grotesco que escenifican Lilita Carrió o Francisco de Narváez (nuestro restaurador jamás pisaría Showmatch), don Abel se convirtió en el primer vocero sincero, serio y consecuente de quienes reclaman orden, disciplina, subordinación a la ley y coraje para defender la patria. Sopapos y silencio.
En estos doce días, algunos aventurados imaginamos que el gabinete porteño no podría contener a un personaje que -además- se revelaba incapaz de negociar con los gremios, de responder un reportaje crítico (aquí le corta la comunicación a Ernesto Tenembaum) y de probar algún tipo de experiencia en Educación. Pero la realidad supera no sólo a la ficción, sino a la especulación: Abel Posse se retira (¿desdibuja, como sugiere la ilustración de este post?) antes de que podamos corroborar otra hipótesis sobre la impericia PRO.
No importa. La experiencia es igualmente válida, en tanto advertencia sobre la existencia de una derecha trasnochada con nostalgia de restauración.