Por favor, a no confundir Home de Ursula Meier con la película homónima de Yann Arthus-Bertrand que el jueves pasado desembarcó en la cartelera porteña. Es cierto que ambos largometrajes comparten, además del título, la necesidad de alertar sobre el estado actual de nuestro hogar, el planeta Tierra. Pero los diferencian las formas (por lo pronto uno es pura ficción y el otro, un documental) y la trayectoria de sus responsables (una inicia su carrera cinematográfica mientras otro es un reconocido profesional).
La propuesta de Meier se distingue por su originalidad, es decir, por la ocurrencia de contar la historia de un matrimonio y sus tres hijos, cuya casa se encuentra a metros de una autopista inacabada. Alegórico por donde se lo mire, el relato pone en evidencia la nocividad de una civilización cada vez más ajena a la naturaleza e incluso a la escala humana.
La ausencia de coordenadas que permitan especificar la ubicación geográfica de este hogar (podría ser en Francia, Bélgica, Suiza) no es casual. Globalización mediante, Marthe, Michel, Judith, Marion y Julien enfrentan en las inmediaciones de su casa lo que los habitantes de las grandes urbes occidentales soportamos hace décadas: proliferación de suelos asfaltados, mayor emanación de gases tóxicos, más contaminación visual y sonora, obstrucción del espacio público, síntomas clínicos y psíquicos que vuelven a convertirnos en una especie en extinción.
El quinto protagonista de este film es el parque automotor, cuyo crecimiento desmesurado hace que el afuera termine reducido a un combo de velocidad, ruido, aire viciado y el adentro, en ghetto casi mortal. En este contexto, la intervención de los medios de comunicación (en este caso, la radio de la autopista) y la divulgación exacerbada de información científica (que Marion absorbe con fruición) terminan de provocar las conductas típicas de la neurosis contemporánea: paranoia, dependencia, ostracismo, irritabilidad.
Un televisor grande y una mega heladera también integran la escenografía de esta alegoría cinematográfica donde el ser humano aparece como víctima de conquistas tecnológicas en principio asociadas a un mundo mejor. Sin dudas, uno de los aciertos indiscutibles de Meier consiste en señalar esta paradoja sin recurrir a discursos de barricada ni a una simbología evidente.
En Home cuesta reconocer al actor fetiche de los hermanos Dardenne, Olivier Gourmet, e Isabelle Huppert abandona nuevamente su rol habitual de mujer perversa. Quizás por esa ductilidad que los caracteriza, ambos se lucen junto a los jovencísimos Kacey Mottet Klein, Madeleine Budd y Adélaïde Leroux.