Pasaron tres años desde la última vez que los porteños tuvimos la suerte de ver una película de Luc y Jean-Pierre Dardenne. Después de El niño, El silencio de Lorna vuelve a convencernos no sólo del talento de los hermanos belgas sino de su sensibilidad social y de su coherencia personal y profesional. Sin dudas, ésta es una buena oportunidad para reencontrarnos con un cine que cuenta algo, dice mucho… y explica poco.
Como sus antecesoras, El silencio… se distingue por su economía de palabras y de escenas pre-digeridas. Como su protagonista, este film nos invita a abrir y cerrar candados/cerraduras cuyos espacios albergan realidades crueles: no sólo la de Lorna, sino la de Claudy, Fabio y Sokol.
Lejos de recrear el formato coral, los personajes imaginados por los Dardenne aparecen en tanto engranajes de un submundo que yace debajo del Primero, y que se inserta en el escenario de una globalización despiadada y perversa. La presencia de lo marginal es tal que el silencio no es exclusivo de Lorna; de hecho quienes rodean a esta mujer albanesa hablan apenas lo necesario.
Sin verborragia, sensacionalismo ni golpes bajos, los hermanos cineastas muestran los entretelones de una mafia ¿europea?, ¿internacional?, especializada en el negocio de la inmigración, en los nuevos espejitos de colores que prometen el acceso a una ciudadanía (y a un poder adquisitivo) de primer nivel. También denuncian otro tipo de prostitución que -vaya paradoja- no gira alrededor del sexo sino del sacrosanto matrimonio.
Sin dudas, Luc y Jean-Pierre saben contar historias, pintar frescos y convocar a un elenco a la altura de sus exigencias. Así lo prueba la elección del actor fetiche Jérémie Renier, de Fabrizio Rongione y de los desconocidos (al menos por estas latitudes) Arta Dobroshi y Alban Ukaj entre otros.
Por todo esto, El silencio de Lorna es una película sumamente recomendable. Permite que los seguidores de los Dardenne renovemos nuestra admiración, y que quienes aún no los conocen puedan darse el gusto de descubrirlos, valorarlos e incorporarlos como referentes de un cine que cuenta algo, dice mucho… y -gracias a Dios- confía en los beneficios de explicar poco.