Reseña redactada por Ariel.
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No es fácil escribir acerca de un artista y su obra cuando ésta última se presenta enigmática a los ojos y/u oídos de espectadores como quien suscribe. Y la extensa obra de Silvio Rodríguez no es la excepción. La mayoría de sus letras están dotadas de una complejidad que es directamente proporcional a la belleza de sus melodías.
Quizás esa complejidad sea hermana de las dificultades del tiempo que le tocó vivir; época, valores, ideologías con los que se mostró siempre comprometido y con los que impregnó a sus canciones de sentido y contenido. Con los años, estas composiciones se han vuelto imprescindibles para muchos de los que apreciamos que se diga algo cuando se entona una melodía.
Si bien trabajos más orquestales como Oh, melancolía y Causas y azares (por nombrar algunos) son buenos discos y ambos incluyen temas esenciales en la carrera del cantautor cubano, personalmente me inclino más por discos puramente acústicos. Por ejemplo, por Mujeres, Al final de este viaje y la trilogía Silvio, Rodríguez y Domínguez que dejan claro que el mensaje es más importante que el medio, y que al trovador sólo le basta con las cuerdas de su guitarra para cantar sus verdades (canciones como «La era está pariendo un corazón» y la ya emblemática «Ojalá» así lo demuestran).
El hombre extraño, el necio, el trovador errante… Quién fuera Silvio Rodríguez, el elegido, para poder componer esas canciones. A muchos nos basta, y no es poco, poder deleitarnos, de vez en cuando, con una pequeña serenata diurna.