Cruel

Así empieza Cruel...Según la agenda que la compañía de Deborah Colker publica en su sitio web, Cruel se presentará en Uruguay, México, Colombia, Estados Unidos y Alemania. Aunque nuestro país (¿todavía?) no figura como destino programado, quien suscribe se permite publicar sus impresiones sobre este espectáculo de danza contemporánea al que asistió hace dos viernes en el teatro João Caetano de Río de Janeiro. A lo mejor, quién sabe, este post termine convirtiéndose en adelanto o -mejor aún- primicia.

De ser así, los argentinos deberán prepararse para seguirle el ritmo a una obra montada en dos grandes actos e interrumpida por un intervalo de veinte minutos. El recreo viene bien, porque la intensidad con la que 16 jóvenes se contonean en escena exige una compenetración renovada y renovable.

Lo cierto es que Cruel acapara nuestra atención por más de un motivo. Primero, por la flexibilidad de una coreografía capaz de adaptarse a melodías clásicas (de Antonio Vivaldi), cinematográficas (de Ennio Morricone) y posmodernas (un popurrí de música electrónica). Segundo, por una escenografía ingeniosa que permite el lucimiento del cuerpo de baile. Tercero, por la destreza de los cuerpos en perfecta sintonía no sólo con la banda sonora sino con la intención de retratar la crueldad en las relaciones humanas.

La coreografía que gira alrededor de una larga mesa rectangular, con ruedas en las patas, y aquélla pergeñada en función de un conjunto de espejos rebatibles conforman los mejores momentos de un espectáculo que asocia la danza a un fenómeno eminentemente instintivo y visceral. Por eso cobra especial protagonismo la exhibición de anatomías al servicio de los impulsos, es decir, de arranques de ira, celos, abandono y pasión.

Así, la crueldad aparece como inherente a nuestra condición humana, y el baile confirma su facultad para exorcizar el lado oscuro que hombres y mujeres conocemos pero que -racionalismo mediante- solemos desmentir y negar.