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Espacio BAFICI 2009
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En la reseña sobre Triple agente, esta blogger define los últimos títulos de Eric Rohmer a partir de su «apariencia añeja pero secretamente actual». La primera parte de esta expresión se mantiene intacta cuando la aplicamos a Les amours d’Astrée et Céladon; no así la segunda. A lo sumo podremos reconocer que Cupido nunca pierde vigencia pero, por lo demás, este largometraje ambientado en la antigua Galia (a no esperar algo relacionado con Astérix) transpira olor a naftalina.
Que conste. La apreciación no pretende faltarles el respeto al realizador francés, que acusaba 87 años cuando adaptó la novela de Honoré d’Urfé, ni a una obra literaria que data de principios del siglo XVII. Al contrario, es admirable que Rohmer siga trabajando y que además se proponga rescatar una reliquia cultural; el problema está en el cómo.
Tal vez por exceso de cuidado, don Eric obedece a rajatabla las condiciones de producción de la dramaturgia clásica. Por eso Andy Gillet, Stéphanie Crayencour, Cécile Cassel, Jocelyn Quivrin, Arthur Dupont (por citar algunos actores) tienden tanto a recitar y declamar. Por eso el vestuario y la escenografía quedan absolutamente relegados en una puesta en escena que busca privilegiar los textos, la riqueza poética de parlamentos dedicados al amor, la amistad, la naturaleza, la vida, la divinidad.
Como otras crónicas clásicas de un romance, Los amores de Astrée y Céladon coquetea con equívocos de todo tipo: de identidad sexual, de nombre, de lugares, de vida y muerte. A lo mejor ante una adaptación menos rígida y más contemporánea, los espectadores habríamos disfrutado del divertimento.