El domingo pasado HBO estrenó True blood, serie norteamericana que Alan Ball produjo después de consagrarse con Six feet under y que se suma a la última moda de productos televisivos/cinematográficos «vampirófilos» (valga el neologismo). Quizás lo más curioso de esta nueva propuesta sea la decisión de ambientarla en el sur profundo de los Estados Unidos (el sur «red neck» de donde proviene George W. Bush). Al menos el primer capítulo sugiere que, allí más que en otro lugar, las criaturas colmilludas serán víctimas de los prejuicios, la violencia y la discriminación.
Aunque su realización data de 2007, la historia de Sookie Stackhouse y Bill Compton llega dos años más tarde a la pantalla premium local, 72 horas antes de que Jorge Arbusto abandone la Casa Blanca. Cuesta ignorar esta coincidencia cuando la escenografía que recrea un pueblo de Louisiana y la caracterización de los personajes (tonada incluída) parecen componer una caricatura de la comunidad W.A.S.P*, presumiblemente republicana.
Aunque burda, la alegoría entretiene, sobre todo porque promete revelar cuán oscuros son algunos norteamericanos blanquitos, incluso más peligrosos que cualquier pariente de Drácula. Por momentos, da la sensación de que los vampiros (al menos uno) se convertirán en chivos expiatorios, útiles a una comunidad tan pacata como dueña de una doble moral. Por momentos, da la impresión de que el relato se limitará a desarrollar cierta competencia entre dos formas de crueldad: la humana y la sobrenatural.
Como era de esperarse, el vampirismo aparece en tanto excusa ideal para explotar la siempre redituable veta sexual. A modo de ejemplo, cabe mencionar la escena de cópula hardcore e «interracial» entre un vampiro de aspecto neonazi y una mujer prostituída para la ocasión.
Es muy probable que True blood conquiste a los fanáticos de los chupasangres. Entre ellos, más de un/a televidente se sentirá atraído/a por el porte enigmático del actor protagónico -el británico Stephen Moyer- y apostará a una historia generosa en sen(s/x)ualidad.
El resto podrá conformarse con cierta faceta romántica (en definitiva, detrás de todo vampiro hay un gran amor)**, y en especial con la promesa de una fábula que llama la atención por su oportunismo político-social.
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* W.A.S.P son las siglas para identificar a los blancos anglosajones protestantes, «White, AngloSaxon, Protestant» en inglés.
** La homofonía entre «true blood» (sangre verdadera) y «true love» (amor verdadero) es por demás elocuente a la hora de analizar la faceta romántica de esta serie recién estrenada y -dicho sea de paso- muy promocionada.