Rehén del tiempo

Rehén del tiempo

Rehén del tiempoCuando tenía cuatro o cinco años, estaba convencida de que los mortales podíamos atravesar las fotos, y así abandonar nuestra realidad -nuestro presente- para volver al momento preciso en el que alguien presionó el disparador de la cámara. Dicho en términos un poco más filosóficos, la creencia pretendía que la unidimensionalidad de la fotografía fuera un efecto óptico pergeñado para relativizar/aligerar la convivencia con el ayer.

Dos eran las condiciones para que el traslado espacio-temporal resultara exitoso: la primera, reconocernos en la imagen en cuestión (de qué otro modo podríamos reencontrarnos con nosotros mismos); la segunda, cerrar los ojos y concentrarnos lo suficiente como para activar la riesgosa aunque imprescindible des/re-materialización de nuestra anatomía.

Rehén del tiempoPorque mi capacidad de concentración es limitada, jamás pude atravesar una sola foto. Aún cuando mantuve los ojos bien cerrados. Aún cuando salté sobre más de una diapositiva con la intención de «caer» en el instante justo registrado para la posteridad.

En este sentido, el Séptimo Arte me ofreció gran consuelo. Por lo pronto, películas como La rosa púrpura del cairo y El último gran héroe (me) confirmaron que, en efecto, las fotos -los «fotogramas» en el vocabulario cinematográfico- son la puerta de ingreso a un universo paralelo.

Rehén del tiempoDesde este punto de vista, el universo ficcional que Cecilia/Mia Farrow y Danni/Austin O’Brien visitaron en los films de Woody Allen y John McTiernan se corresponde con el universo autobiográfico, en principio perimido, que una hipótesis personal elucubrada treinta años atrás calificaba como vigente, disponible, transitable. 

A pesar de las tres décadas transcurridas, la fantasía sobre cierta posibilidad de teletransportación (re)aparece cada vez que repaso fotos de la niñez y adolescencia. Sin embargo, lejos de la curiosidad y el frenesí propios de la tierna infancia, la exigencia de cerrar los ojos ahora me provoca miedo: no vaya a ser cosa que tras abrirlos me descubra rehén de un tiempo pasado o narrativo ajeno al presente de mi estable, segura y confortable adultez.