Sin la participación de Ralph Fiennes y Susan Sarandon, Bernard y Doris sería uno de esos títulos que, a partir de ciertos elementos biográficos, pretenden -como alguna(s) película(s) con verdadero vuelo poético- confirmar la teoría de que siempre hay un roto para un descosido. Por suerte el director y también actor Bob Balaban cuenta con una «dupla estelar», por llamarla de alguna manera, responsable no sólo de componer a una pareja magnética sino de disimular los baches de un guión muy edulcorado.
La figura del sirviente y/o del mayordomo siempre permitió que el teatro, la literatura, el cine, incluso la historieta pudieran explorar los mecanismos que hacen a un vínculo regido por el principio de autoridad. Desde Molière con, por ejemplo, Don Juan y Sganarelle hasta Bob Kane con Batman y Alfred, dramaturgos, escritores, guionistas demostraron que la dependencia entre patrón y empleado dista de ser excluyente y unidireccional.
Por lo pronto, en el caso de Bernard y Doris, la relación varía en función de las exigencias propias de quien paga por ser servido, de la complicidad entre dos seres solos, del amor o amistad fruto de una convivencia en general armoniosa. El trabajo de Fiennes y Sarandon es encomiable en este sentido pues logra transmitir la tensión sensual y la profunda compatibilidad entre personajes con experiencias absolutamente distintas.
Además de destacarse por las actuaciones, este largometraje también se distingue por un gran despliegue escénico, acorde con la gran vida que suele llevar una persona multimillonaria. De hecho, el vestuario, las casas, los autos forman parte de una ambientación que conquista la mirada del espectador (o al menos de algunos espectadores).
Por razones obvias, el guionista Hugh Costello no es Molière. Por lo tanto, el camino que transita la pareja protagónica resulta bastante previsible, por momentos cursi, sobre todo a partir de la segunda mitad del film, cuando esta supuesta comedia dramática se desprende de cierto sentido del humor para dedicarse de lleno a cierta tendencia lacrimógena.
Aún así, Bernard y Doris se deja ver. En parte, cabe insistir, gracias a las muy buenas interpretaciones. En parte porque la historia de este mayordomo y su patrona se parece a un cuento de hadas con final -hasta cierto punto- feliz.
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Comentario al pasar...
No sé si será una impresión meramente subjetiva o, en efecto, es así: con los años Susan Sarandon se parece cada vez más a Bette Davis.