El fin de semana pasado, además de encontrarme absorbida por lo que leía, miraba, escuchaba acerca del conflicto Gobierno-Campo, tuve que lidiar con el recuerdo insistente de las siguientes dos anécdotas estrictamente personales.
Anécdota 1
Mi abuelo materno. Español. Catalán. Hijo de campesinos. A muy corta edad, queda huérfano de padre y madre. Viene a la Argentina con unas tías que lo hacen trabajar en tierra santafesina. Todavía adolescente, junta los pocos morlacos ahorrados y se traslada a Resistencia, Chaco. De a poco, monta su propio almacén. La llegada del peronismo lo encuentra asentado, con un negocio próspero y una familia constituida. A pesar del contexto favorable, Perón, Evita y el Partido Justicialista le caen como una patada al hígado.
Tanto es así que a don José lo tienen marcado como gorila antiperonista. Por eso un día unos inspectores municipales ingresan a su local, determinan que los precios de la mercancía no se encuentran bien a la vista (acusación infundada y malintencionada, por supuesto) y ahí mismo le clausuran el boliche durante tres jornadas hábiles por «agio y especulación».
Pasó más de medio siglo desde entonces. Sin embargo, aferrados a este episodio, mis parientes siguen sosteniendo -hoy más que nunca- que el peronismo fue/es lo peor que pudo/puede pasarle al país.
Anécdota 2
Plena pubertad. Dos de mis mejores amigas: Maggie y Denise. Maggie se destaca por sus buenas notas en la escuela; Denise se destaca por descubrir que el feriado de Semana Santa siempre-siempre cae un jueves y un viernes.
Un día, Maggie y Denise deciden jugar una partida de ajedrez en un aula libre del colegio. Para sorpresa del público, Denise va ganando. Maggie no soporta la sola idea de la derrota. En medio de la contienda, se pone de pie y patea literalmente el tablero ante la mirada atónita de su contrincante.
Maggie se retira del recinto corriendo, al borde de las lágrimas por haber «sucumbido» ante la menos iluminada de nuestro grupo. Desaparece después del portazo. Denise se queda sentada, sin poder darse el gusto de festejar la partida, con el sabor amargo de una victoria truncada.
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El fin de semana pasado, mientras leo, miro, escucho, trato de digerir las noticias acerca del conflicto Gobierno-Campo, ambas anécdotas me invitan a pensar en la relación de nuestra clase media con el peronismo.
Por un lado, la primera anécdota parece señalar la existencia de una visión congelada, inamovible, impermeabilizada que -por respeto/fidelidad a un incidente padecido a título personal- rechaza cualquier posibilidad de análisis (siquiera repaso) histórico, sociológico, político, idiosincrático que podría ayudar a entender mejor el protagonismo y la vigencia de un movimiento/ partido irreductible a un cúmulo de desaciertos y bestialidades sectoriales.
La segunda anécdota retoma un poco la intención del post sobre «la negritud«. Es decir la necesidad de comentar esa conducta caprichosa/inmadura que consiste en no tolerar, no validar -si es posible truncar- la victoria legítima de quien, por algún motivo en principio evidente e indiscutible, es considerado inferior o indigno de reconocimiento.
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Es probable que, al menos por un tiempito, éste sea un último post sobre el llamado «conflicto agrario». Pido disculpas a quienes prefieren encontrar en Espectadores reseñas sobre cine, TV, literatura, medios, un poco de música y teatro, antes que parrafadas verborrágicas sobre una realidad que -se nota, supongo- me excede, me enoja, me preocupa, me entristece y me duele.
Mañana sábado empiezo unas pequeñas vacaciones que, en principio, no afectarán el ritmo diario de publicación de este blog y que -espero- servirán de marco para un buen descanso y para alguna buena distracción. Por lo pronto, confío en que esta semana libre me servirá para calmar la angustia y la desazón desatadas por los acontecimientos de público conocimiento.
Para terminar, confío también en que esta homepage podrá recuperar el perfil cinéfilo, televisivo, literario, teatral, musical, mediático de rigor. 😉