Triángulo extemporáneo

La spectatrice, desde el triángulo extemporáneoLa experiencia de volver a la «casita de los viejos» no es buena ni mala; en realidad es extraña. El hogar paterno/materno se transforma en una especie de Triángulo de las Bermudas donde pasado y presente nos zambullen en una rara simultaneidad. De hecho, aunque conservamos la rutina propia de nuestra vida adulta, los hijos pródigos (por llamarnos de alguna manera a quienes desembarcamos por algunas semanas en el hogar donde nos criamos) nos reencontramos con usos y costumbres que alguna vez creímos propios y que ahora nos resultan lejanos, ajenos, arbitrarios.

La sensación de reencuentro también surge en un nivel más íntimo o introspectivo. La habitación que linda con el lavadero, los adornos que cuelgan de las paredes, las fotos atesoradas en portarretratos y debajo del vidrio que protege al escritorio, los libros escolares que sobreviven en la vieja biblioteca, la fragancia de las sábanas desplegadas en la cama de una sola plaza conforman las condiciones ideales para la aparición de fantasmas internos.

Atención. Fantasmas no en un sentido macabro o tenebroso, sino más bien onírico, cercano a la revelación de las ilusiones ópticas y los flashbacks. Imágenes que nuestro cerebro proyecta a nuestro alrededor y que nos devuelven -aunque sea por un rato- al adolescente que fuimos, al padre que perdimos, a los amigos que eligieron otro camino.

La experiencia de volver a la «casita de los viejos» no es buena ni mala. En realidad es extraña; por momentos, también extemporánea. Quizás por eso preferimos que dure poco. Lo mínimo indispensable.

—————————————–
Este post es apenas una excusa para anunciarles mi ausencia online durante algunos días, el tiempo que tarde en reacondicionar mi departamento después de tres semanas de haberlo dejado en manos de un pintor multifuncional.
Nos leemos en breve, estimados amigos de Espectadores. 😉