Cupido derribado

Cupido, derribado por la sistematización y la mercantilización«Cada vez más solas y solos recurren a consultoras matrimoniales», anuncia el artículo publicado ayer por el vespertino La Razón. Empiezo a leer el texto escrito por Paula Conde, y me siento víctima de un déjà vu : estoy segura de que una nota similar apareció en Clarín hace algunos meses (todo queda en la gran familia mediática). Sería cuestión de rastrearla en Google y, en caso de encontrarla, escribir algo sobre las delicias del refrito periodístico. 

Supongo que, por poco original, la idea se desvanece enseguida. Sigo leyendo… «Las consultoras matrimoniales se parecen a Cupido. Es que cumplen su función: la de formar parejas»…
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Cierro los ojos y me viene a la mente la imagen del mítico niño alado, munido de su arco y flecha, de una planilla (en cuestión de segundos se me antoja una palm) y de una mini caja registradora o calculadora. De repente irrumpen la sonrisa bigotuda de Roberto Galán (creo distinguir los dientes que mastican el célebre latiguillo «yo me quiero casar, ¿y usted?») y los cuerpos esculturales de quienes desean convertirse en el elegido del/la Bachelor/ette.

Decididamente el amor se consolida como bien comercial, objeto transaccional para consultores supuestamente especializados en relaciones humanas y anzuelo infalible a la hora de captar la atención de los televidentes (y de recaudar el dinero de posibles inversores en espacios publicitarios rentables).

Transformado en científico, el nuevo Cupido busca prototipos, cruza datos, calcula probabilidades, elabora análisis FODA y arriesga pronósticos. Edades, estados civiles, niveles socioeconómicos, profesiones, apariencias físicas, hobbies, intereses, pretensiones conforman los vectores de las flechas que, al parecer, son lanzadas con mejor puntería y con mayores chances de acierto.

Así, desaparece el halo misterioso de una criatura antes emparentada con un destino cuyos caprichos no logramos entender, a veces ni siquiera aceptar. Se pierde la ilusión de ese ser único, ajeno al universo generalizado de las estadísticas, los porcentajes, las tendencias, los promedios, las causalidades.

Ahora, para encontrar al alma gemela, cada vez más «solos y solas» (fea expresión, si las hay) asisten a entrevistas, llenan formularios, se someten a tests psicológicos, se integran a una base de datos, y confían en la gestión de un flamante angelito sistematizado, robotizado, mercantilizado.

Mientras tanto, Cupido el antiguo, el mítico, yace en el piso, derribado, adormecido, anulado por los excesos de tan ambicioso y desamorado rival.