Dejando de lado las interpretaciones cínicas sobre marketing empresarial, la nueva campaña de Telecom «Recuperemos la conversación» puede resultar muy loable. O al menos muy pertinente en un mundo cada vez más sumido en el limitado lenguaje de los SMS, la mensajería instantánea y el correo electrónico. Sin embargo -estoy segura- el comunicado institucional no hace mella en quienes padecemos la (¿irremediable?) fobia telefónica.
Aquí no me queda más remedio que escribir a título estrictamente personal, con la ilusión de ser un caso extremo en la historia del mayor invento grahambelliano (mil disculpas por el neologismo). Es que, dicho mal y pronto, detesto el teléfono así como su versión más moderna, el celular.
Con esta confesión, no pretendo descalificar un aparato y un sistema que a todas luces ofrecen interesantes ventajas, especialmente cuando de urgencias y de distancias se trata. El problema aparece cuando el dichoso ring(tone) se convierte en un sonido cotidiano, omnipresente, intrusivo, avasallante.
Los síntomas de aversión se incrementan cuando la irrupción de los llamados impide el normal desarrollo de una conversación cara a cara, o cuando casi todas las noches una voz engolada -a veces grabada- pretende vendernos tal o cual servicio o candidato, o nos solicita responder una encuesta.
Y qué decir cuando un desconocido marca nuestro número por error y, al darse cuenta de la confusión, nos corta en seco sin siquiera pedirnos perdón, así sean las tres de la mañana. O cuando somos víctimas de algún colega, amigo o pariente verborrágico que nos deja la oreja y las neuronas ardiendo después de una hora -en ocasiones más- de monólogo circular.
Por otra parte, tampoco es grata la contracara de semejante saturación. Me refiero a ese teléfono o celular callado, insonoro, cómplice de quien eligió no llamarnos -por lo tanto no hablarnos- nunca más.
La fobia aquí descripta sólo se aplaca ante las gratas sorpresas de larga distancia, o ante esa único e irreemplazable tubazo añorado. El resto es abrumador ruido o implacable silencio. Dos polos difíciles de manejar.