Hace semanas -por no decir meses- la ceremonia se repite cada noche. Me siento delante de la computadora para redactar algún post, y mis manos no pueden concentrarse en el teclado ni en el mouse. Cada tanto, la izquierda desciende por la pierna para rascar la roncha expandida en el tobillo mientras la derecha sopapea el aire, el monitor, la pared en respuesta a un aletear, a un zumbido, a un aguijón listo para pinchar y succionar.
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Los argentinos deberíamos aggiornar el refrán sobre aquel pájaro símbolo del utilitarismo, y hablar del «mosquito que chupó y voló». He aquí un modo creativo de enfrentar la invasión que, según algunos medios, «se extenderá hasta fin de mes». Aunque también se me ocurre pensar en mosquitos famosos mientras espero que la tableta Raid surta efecto…
Me acuerdo entonces de las simpáticas criaturas que protagonizan las campañas publicitarias del famoso insecticida, de sus voces nasales, de su alarido final antes de la célebre frase «Los mata bien muertos». Inmediatamente después me viene a la cabeza el episodio donde la pantera rosa no puede dormir por culpa de un mosquito tan insistente como ruidoso (si la memoria no me engaña, el capítulo termina de manera impecable, con la protagonista y el intruso compartiendo la cama y el sueño en paz).
En tercer lugar me parece ver al mosquito dragón, co-star de Piernas Locas Crane, dibujito que de niña siempre me resultó indiferente, primero porque nunca fui sensible a la supuesta gracia de las grullas, segundo porque jamás entendí a qué especie pertenecía el alado mofletudo. Quizás por eso enseguida reemplazo su imagen por la de aquel enternecedor bicharraco narigón de El Show de los Muppets, que suele cruzar el escenario con cierto aire deprimido o al menos desencantado (es un mosquito, ¿no?).
Sin embargo, el ejemplar digno del mayor reconocimiento es el menos difundido, y quizás el más temible. Se trata del personaje principal de un corto animado que Caloi en su tinta proyectó años atrás. Lamentablemente no recuerdo su título (tal vez fuera Etcétera, o Etc.) ni su procedencia, mucho menos el nombre del director. Tampoco encuentro referencias en Internet.
Sí, en cambio, recuerdo la historia, muy bien contada, de un mosquito famélico que le pide clemencia a un hombre alto y robusto a punto de aplastarlo. El fortachón se conmueve, y en un arranque de piedad ofrece su dedo índice para que el insecto pueda clavar su aguijón y así saciar su hambre.
Agradecido, el mosquito hinca, perfora, succiona, chupa, chupa, chupa, chupa, chupa. Mientras más chupa, más grande se hace él y más pequeño, el hombre. Finalmente el «dador de sangre» termina desinflándose, desapareciendo casi de escena, convirtiéndose en un mosquito raquítico, enfrentado a un nuevo señor alto y robusto que lo mira con desdén.
Al parecer esta ceremonia también se repite noche tras noche. Sólo los roles cambian: el hombre de hoy es el mosquito de mañana, y viceversa.
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Mientras termino este post, de tanto en tanto mi mano izquierda rasca el tobillo y la derecha reparte sopapos. En cambio, ni una ni otra se proponen atacar algún blanco móvil. Después de todo -quién sabe- tampoco es cuestión de matar a un mosquito hoy, y lamentar mi propia muerte mañana.