Hace semanas observo que entre mis contactos de MSN algunos promocionan los servicios de Quien Te Admite, y de páginas similares cuya existencia dura apenas un suspiro. Ignoro si la mención de estas URLs funciona de manera automática (es decir, si se activa sola, en cuanto el usuario ingresa al sitio en cuestión) o si la publicidad es deliberada (en otras palabras, si estos contactos efectivamente eligen mostrar el link con la intención de compartir un hallazgo en principio revelador y beneficioso). Como sea, el fenómeno llama la atención, probablemente porque parece otro síntoma de nuestra esquizofrenia social.
Delicias de Internet
Todos lo saben. A tono con el aspecto pasajero, efímero, superficial de la vida posmoderna, los mensajeros instantáneos permiten borrar contactos. En el MSN la eliminación puede ser parcial (el desafortundado desaparece de mi lista pero sigo admitiendo sus mensajes) o absoluta (impido que el desafortunado no sólo se me aparezca online sino también que me contacte).
De este proceso de selección, nace la pretensión de una comunicación «personalizada» y «protegida». Muy bonita. Muy acorde a una entramado social que en el mundo real se torna cada vez más cerrado, limitado y distorsionado.
Ahora bien, lo paradójico de todo esto es que la misma Web hospeda sitios que supuestamente burlan este andamiaje de vinculación virtual. De ahí la proliferación de páginas dispuestas a mostrarnos quiénes han osado eliminarnos o, peor aún, prohibirnos cualquier amague comunicativo.
Contradicciones humanas
Hace semanas un viejo contacto del MSN me escupió una ventana con el link de uno de estos sitios detectores, y con una irónica alusión a «la sorpresa» de descubrirse erradicado de mi grupo de conocidos. Tras cartón este remitente se desconectó enseguida, sin esperar siquiera mi respuesta, como si la sola indicación de una página de dudoso origen fuera evidencia suficiente e irrefutable para acusarme.
Lo más curioso de la anécdota es que en el transcurso de un año esta persona jamás me escribió por iniciativa propia. De hecho la última vez que intercambiamos algunas palabras fue en diciembre pasado, muy rápidamente, luego de que yo le enviara un tímido y escueto saludo navideño.
En síntesis
Usamos los mensajeros instantáneos porque nos mantienen en contacto con quienes queremos/necesitamos/trabajamos, porque nos permiten agregar (¿conocer?) gente nueva, porque nos aseguran la posibilidad de desvincularnos de ex (ex jefes, ex colegas, ex amigos, ex novios, ex maridos, ex amantes) molestos. Al parecer, así somos dueños absolutos de nuestras comunicaciones y, mejor aún, de nuestras relaciones interpersonales.
Sin embargo, esa sensación de dominio total no nos hace más abiertos ni más libres ni más ecuánimes. Al contrario. Nos arrogamos el derecho de borrar y de no admitir, pero no toleramos que nos borren o que nos prohiban la admisión.
Activamos estas funciones de manera solapada (porque tienen que ver con una decisión personal que nos negamos a anunciar, mucho menos a explicar) pero abarrotamos de consultas a cualquier página que prometa brindarnos información sobre las decisiones privadas que nuestros contactos toman con respecto a nosotros mismos. Y cuando nos descubrimos víctimas de la eliminación y de la no admisión, manifestamos nuestro desagrado de manera irónica o frontal.
No importa el lugar que esa persona ocupa/ba en nuestras vidas, ni el tipo de relación que nos une/unía. Importa, sí, el sabernos silenciados y anulados en el sobredimensionado e intrigante mundo de la comunicación virtual.