La importancia de las fechas

Contra el sidaEs curioso cómo los seres humanos nos aferramos a las fechas. A veces demasiado. Como si la sola conmemoración resultara suficiente. Como si fuésemos capaces de congelar ese día particular para así apoderárnoslo, recrearlo, revivirlo una y otra vez. «Simbología del compromiso», dirán algunos; «la fuerza de la repetición» pensarán otros.

Lo cierto es que hoy, 1° de diciembre, «se celebra» (vaya eufemismo) el Día Internacional de la Lucha contra el Sida. Durante toda esta semana los medios adelantaron actos, eventos, programas alusivos, y probablemente hoy no haya un solo diario, revista o blog que se abstenga de publicar algún texto con la intención de concientizar (en nombre de sanos y enfermos) y recordar (en nombre de los fallecidos). 

Habrá quienes citen películas, programas de TV, libros, canciones que aborden el tema. Habrá quienes prefieran homenajear a famosos víctimas del mal. Habrá quienes decidan desempolvar viejas hipótesis sobre la relación entre VIH y simios, VIH y guerra bactereológica, VIH y peste rosa, VIH y castigo celestial. Habrá quienes busquen sorprender con nuevas hipótesis y descubrimientos. Habrá quienes adopten la veta más dramática y transcriban testimonios de médicos, enfermos, familiares, amigos. Habrá quienes hagan todo esto junto y algo más.

El esfuerzo es meritorio, y eventualmente rendirá sus frutos. Con suerte y tiempo mediante, el 1° de diciembre conseguirá un estatuto similar a fechas casi pares, el 1° de mayo y el 1° de enero.

Pero hay un problema… problema habitual en estas ocasiones. La jornada llega a su fin, y el objeto de la convocatoria pierde protagonismo. En el caso del sida, las campañas sobre sexo seguro y demás medidas de prevención, las estadísticas fatalistas, los discursos oficiales, los anuncios de los laboratorios, los artículos de divulgación científica desaparecen casi inmediatamente de escena.

A la mañana siguiente, el mundo se desabrocha la cintita roja (o negra, según las circunstancias) y vuelve a darles la espalda a los enfermos, a los hospitales con enfermos, a los médicos que tratan a los enfermos, a los laboratorios que lucran con los enfermos, a los Estados que desatienden a los enfermos.

Y entonces el mérito empieza a palidecer y los frutos, a secarse. Y en silencio, incluso a veces a oscuras, sólo continúan su lucha quienes nunca la detienen, ni aún ante la irrupción e imposición de un rito que confirma la importancia (efímera, pasajera, relativa) de las fechas.