La frase parece extraída de alguna película almodovariana, de un tango, de un bolero, de una telenovela, de una historieta, de un folletín. Pero no: «el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos» pertence al extenso parlamento de Casablanca y hace algunos meses, a la órbita literaria nacional y contemporánea. De hecho, Eduardo Belgrano Rawson la reflotó para titular su último libro, recopilación de cuentos que retrata a una Argentina temporal y espacialmente lejana pero cuyos vestigios se encuentran alojados en nuestra memoria colectiva.
De hecho, en estos textos breves nos topamos con resabios peronistas, radicales, socialistas, conservadores. Tampoco faltan las alusiones a la Guerra del Paraguay, a la Conquista del Desierto, a dictaduras más o menos feroces, a Presidentes más o menos probos, a Rodolfo Walsh, a Jorge Luis Borges.
También nos sumergimos en la siesta provinciana, en bares porteños, incluso en calles europeas frecuentadas por algún (ex) ciudadano argento. En uno u otro escenario, el autor nos convida con recuerdos de infancia, de adolescencia, de juventud.
Desde el título mismo, la influencia del Séptimo Arte es evidente en este trabajo. O bien porque algún párrafo evoca una escena, una actriz, un director. O bien porque la recreación de situaciones hace gala de una dimensión visual que escapa a las limitaciones del papel y la palabra. Será por eso que uno «devora» estas páginas como si se tratara de un álbum de fotos o -retomando la metáfora cinematográfica- de una serie de cortometrajes.
Además de su cinefilia, Belgrano Rawson explota su formación periodística. De ahí que su prosa sea concisa, directa, cruda. De ahí también su facilidad para redactar crónicas con una combinación de pinceladas nostálgicas, cínicas, piadosas, implacables.
Sin dudas, El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos es un libro capaz de conmover y de provocar risa (a veces, créanme, la risa es amarga). Pero tal vez el mérito más grande radique en esta aproximación sensible y comprometida a una Argentina ocurrente, caprichosa, consentida, vapuleada, sufrida, contradictoria pero siempre -y a pesar de todo- querible.