Sábado a la noche, sin programa a la vista. El videoclub está abarrotado de gente, y lo único que llama la atención es una caja con un título y una foto por lo menos sugerentes. Leemos Monella y vemos a una chica vestida con ropa ligera, que pasa en bicicleta entre dos jóvenes sacerdotes. Inmediatamente imaginamos una sátira, una propuesta picante. La elegimos entonces, la llevamos, la proyectamos, la miramos… y nos descubrimos envueltos en medio de un verdadero chasco.
Es que, de un modo sutil, la portada sintetiza todo el contenido del film. Por lo pronto, remite a una laaaaarga escena donde Lola -la joven en cuestión- no hace más que pedalear por la campiña italiana, con sus nalgas y la recalcada estrechez de su bombacha al viento. A su paso, indigna a mujeres e hipnotiza a hombres (entre ellos, a los curas mencionados).
Decidida a perder la virginidad, la protagonista provoca a todos, especialmente a su novio y a su padrastro. No faltarán entonces escenas que sugieren fantasías masturbatorias, intenciones incestuosas, prácticas sadomasoquistas, escarceos lésbicos e incluso un intento de violación. Como suele ocurrir en ciertos géneros, el argumento es lo de menos; lo que importa es mostrar, y así fomentar el espíritu voyeur del espectador.
Sin embargo, justamente ahí está el problema: la propuesta de Tino Brass muestra poco e histeriquea mucho. Ni siquiera resulta provocativa como pretende.
En definitiva, Monella no es porno porque no se anima a la exposición explícita; tampoco es erótica porque le falta sensualidad. En realidad, se trata de una sumatoria de planos detalle de nalgas, pubis, tetas, sobacos que, hoy en día, no sorprenden, no escandalizan ni mucho menos calientan.