Lo sospechamos desde un principio: antes de convertirse en productor de TV, David Kelley se ganaba la vida como ¡abogado! ¡Claaaaaaaaaaaaro! Qué mejor que un entendido en la materia para trasladar la locura de profesionales y clientes a la pantalla chica, y para transformarla en un recurso absolutamente explotable y redituable. Por eso, el éxito de Boston Legal no debería sorprendernos: después de todo, es un producto más -el más reciente- de una fórmula que ya dio en el blanco con las precursoras Ally McBeal y The practice.
Atrás quedó el tiempo en que Petrocelli era un abogado discreto, callado, centrado, cuyo único problema era terminar la construcción de su casa. Hoy, fiscales y defensores padecen neurosis similares o peores que las de sus acusados y defendidos. Hasta los jueces son autores y víctimas de secretos, mentiras y videotapes.
En el caso de Boston Legal -Justicia ciega, según algunas (malas) traducciones- los protagonistas Alan Shore y Denny Crane no se andan con chiquitas. La falta de escrúpulos los distingue a ambos, y además cada uno cuenta en su haber con una amplia gama de taras inconfundibles e irreversibles.
Lo mejor de la serie es el cinismo de sus personajes, y la recuperación de actores olvidados por la maquinaria televisivo-hollywoodense. Me refiero especialmente a la ex Murphy Brown, Candice Bergen, al ex Star Trek, William Shatner, y al hasta hace poco ladeado James Spader.
Quizás, lo único reprochable sean algunos capítulos que insisten en lo bueno de vivir en una nación libre, democrática, defensora de los derechos civiles como los Estados Unidos. En este sentido, un ejemplo claro fue el capítulo dedicado a un hombre de negocios sudanés que pretendía demandar al gobierno norteamericano por no haber hecho nada para impedir el genocidio desatado en su país de origen.
Al margen de estos pequeños deslices (¿?) nacionalistas, la nueva producción de Kelley se destaca por una visión escéptica, y muchas veces crítica, de quienes pretenden impartir justicia. Es un hecho: hoy en día, la milenaria señora de los ojos vendados vale más por su presencia en la caja boba que por su cuestionada eficiencia en nombre de la Ley.